La columna de Ana Mª Bayot

¿TE IMAGINAS?

No hay gradas de júbilo navideño que puedan romper mi desazón y destrozar el lazo fuertemente anudado de nuestro amor. No sé qué pretendes de mí, ¿Perseguir las emociones? ¿Cambiar la realidad? ¿Te imaginas? «Y que, si: acércate más y bésame así, así, así…» suena pasillo abajo, con ese chorro de voz armonioso, profundo y tremendamente cálido, de Nat. Tú te imaginas la redondez perfecta de mi ombligo sin ni siquiera conocerme; perdiendo el aliento mientras recitas tus indóciles poemas en mi oído, muy bajito. Y acabamos nadando, sin pretenderlo, entre altas presiones y bajas imposturas en instintos subterráneos. Con una sentida lágrima, decido abrir la botella que había guardado entre algodones, al abrigo de un armario acorazado con cerradura secreta; del que de su cerradiza plateada pende un cartel con mi característica caligrafía: DANGER. Me encanta americanizar las historias, los cuentos, los relatos. Debe ser por las largas sesiones de cine del sábado tarde. Entregada a esa acción por deformación personal y un nerviosismo trampantojo, difícil de explicar, decido abrir la botella carísima arrebatando ese placer a extraños. En particular, a mi cuñado. Sobre la caja fuerte brillante, robusta y poderosa poso la botella de cristal verde aún con la etiqueta colgando, la cual adquirí, para una ocasión muy especial. Y ésta lo era. Porque a ver, ¿Quién pone precio al canto de los pájaros? ¿Te imaginas?

Tras el cristal biselado del armario pude ver dos ojos negros, que me miraban escrutadores. Como bocas de lobo oscuras. Debo confesar, que ese halo de subversión y de misterio me atraía como un imán, hacia la dual oscuridad. Los cañones de la vieja escopeta de mi Jordi, estaban listos para ser disparados: sujetos con un hilillo de pita en el percutor. Ni Dios se acercará a mi botín, pensé. Pero nadie me dio jamás instrucciones de uso o cómo debía gestionar mis sentimientos. De la rama materna me enseñaron a tapar agujeros. Un san Pancracio descolorido, por efecto del sol del Mediterráneo, cubría un pelado enorme de la pared de la casa de mi abuela. Aquel santo con dorada corona y con fondo de nieves perpetuas, no envejecía nunca. Siempre con esa cara de pío lelo. Hasta que, tras tres agostos padeciendo el mismo paisaje nevado, la convencimos para retirarlo. A todos sus nietos nos daba frío o calor, o incluso a veces miedo; dependiendo de la estación.

Y recordé la entrevista que le hicieron a Carmen Maura minutos antes de la explosión, en la que narraba la primera vez que vio a Alaska describiendo su aspecto aniñado, con grandes sueños y no pocos pectorales; y cuyas medias rotas se le antojaron autopistas reventadas del midwest, que así lo dijo. Entonces fue cuando ocurrió. La deflagración de Benicalap esconde un trasfondo cargado de celos y bombonas de butano. Mi gato chino quedó ileso; haciendo burla con el brazo en péndulo a los bomberos del Consorcio, desde lo alto de la última estantería. Y yo quedé en medio de la calle con los bigudíes cayendo por la frente, al igual que el tinte barato de Giuliani pero menos aparatoso y menor ridículo. Entre los vecinos murmuramos que las prisas, no son buenas; mi vecina del quinto izquierda restauradora de momias de profesión, me lo corrobora con un siniestro cabeceo. Es rara. Y entre murmullos de congoja nos replegamos cada mochuelo a su olivo, para limpiar el estropicio. Me retiré a escribir todo lo acontecido, antes de que se me extraviara en la oscuridad fláccida de mi memoria. ¿Te imaginas que se me olvide tan gran acontecimiento? No me lo podía permitir. Hubiera sido un despilfarro. Más despilfarro supone «El Ingenio» que se nos pierde en el espacio sideral.

Una voz que parecía de ultratumba, me decía: «Déjame ver tus pinceladas subyacentes; ésas que no ha visto nadie y que, sólo yo, puedo ver». Estos diálogos con las formas ciegas e inconstantes, se las tengo que comentar a mi psiquiatra. Arrumbada en su desvencijado sofá, se lo narré todo al día siguiente. El doctor Fauci se durmió durante la sesión; mientras a través de la ventana veo pasar globos blancos volando acompañados por un hombre pájaro. Cincuenta euros, me cuesta la broma. Más costará limpiar el Jarama, sospecho.

Regreso a casa frustrada y pongo la tele. La OMS dice que China es el país más seguro, hoy por hoy. Se empieza a tratar el Bréxit económico como un auténtico acuerdo de divorcio. Ya era hora, pensé. A pesar de que los países, llamados emergentes, intentaran zafarse stricto sensu, para evitar contribuciones económicas a las que los demás países, nos habíamos comprometido. Y lo mismo intenta hacer Gran Bretaña. La ley Celáa se aprueba por mayoría, pese al bloqueo de la oposición lega. Me pongo el camisón hasta los pies y las babuchas en forma de pato, que era lo único que no estaba manchado de ripio ni ceniza, tras la explosión. Me miro en el espejo y no me reconozco. Escucho a lo lejos tañer la campana de la victoria de Castellón, y sonrío. Otro enfermo del virus maléfico, que ha recibido el alta. Subo el volumen del pequeño transistor salvado de la quema, como el gato chino que hace cortes de manga.

Ataviada con las estrafalarias pintas anteriormente descritas, e insatisfecha con mi miserable vida, decido tomarme un respiro y me subo a la terraza comunitaria, con la sola compañía de la botella de vino barato -que era lo único que se había salvado de la hecatombe- con la sana e inocua intención de contemplar las estrellas. ¿Te imaginas qué paz? Una gruesa lágrima me corría por la mejilla, mientras pensaba en el astronómico precio que había pagado por el capricho del licor: 672 euros más gastos de envío. Maldigo en gaélico a Macallan, sin conocerlo siquiera. Medio mes de sueldo para restregárselo al cuñado por los morros. Y amanece que no es poco. Me caigo de sueño mientras lagrimeo y no es de frío. Es de pura desesperación.

Escucho ruido de motores lejanos, que me sacan de mi modorra. En el cielo veo una avioneta que suelta chorros de fuel dibujando algo. Presto atención empequeñeciendo los ojos con la falsa creencia de que así veré mejor. Pero no veo nada tras haber insuflado los vapores del vino peleón. Al día siguiente, me entero por la prensa de que dos pilotos cuyos nombres son: Oleg y Sergei, andaban jugueteando y bromeando, con los mandos de la avioneta; por ver cuál de los dos sería era el primero en plasmar, con el chorro del combustible  de sus cazas, un pene gigante en el cielo azulado con escrotos incluidos. Apareció en su herramienta de vuelo. En su red social uno de ellos dijo, que se aburría. Por supuesto, la traidora felonía, tuvo su correspondiente sanción de seis meses y un día, en el vasto territorio de las nieves eternas y áridas de Gulag. Algo similar al calendario de mi abuela, pero en más gélido y bochornoso, para los dos sóviets.

¿Te imaginas la cara de Putin? Yo lo he intentado, pero no puedo.

Y a pesar de todo, celebramos el día de santa Cecilia: patrona que ha parido tantos y tan buenos músicos, bajo su batuta; que en Murcia se reabre la hostelería; que se abre el rastro de nuevo, aunque sea con limitaciones; que Merkel cumple quince años en el poder y que sigue siendo la mandataria europea, mejor considerada; y que por fin se vislumbra cerca, un plan de vacunación para toda la población. Escucho unos acordes inidentificables en la radio, porque se me acaba la pila verde de hidrógeno.

¿Te imaginas qué triste sería la vida, sin música? ¿Y sin amor? ¿Y sin poesía? ¿Te lo imaginas? Yo no puedo.

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