La columna d’Ana Mª Bayot

SIN PALABRAS

Me despierta el chirrido desagradable del colchón del vecino de arriba. Desde el cambio de hora ya no soy la misma. Hasta me equivoco en la franja horaria del aplauso. Ojeo el periódico y se me cae el alma a los pies. Nuevas medidas restrictivas por parte del gobierno. Antes de ponerme las gafas de culo vaso ya me tiemblan las artríticas rodillas. Mientras miro la tele sin ver voy haciendo gimnasia suave, acorde con mi edad y condición. Recluida y decrépita pero bien torneada. Hago dos o tres flexiones y agotada acabo. Una duchita rápida con mi correspondiente chorretón de lejía, y eso mata cualquier virus. Mi madre ya me lo dijo. También los médicos forenses. ¿Quién va a saber mejor lo que me conviene? Pues eso.

El ministro comparece ante los medios con su vocecilla gastada y sus ojos color mar, y nos traslada a los ciudadanos expectantes, malas noticias: la cuarentena se prolonga, como los partidos de fútbol con prórroga. Cojo la bolsa de tela ecológica y marcho presta y veloz, a pesar del dolor de rodilla, al súper más cercano. La cola llega hasta doblar la manzana. La vecina de raya, situada a más de dos metros parece ser dura de oído y me pregunta, a voz en grito, si voy a comprar papel higiénico. Le respondo que no cabeceando, sin sonido también; más que nada, porque sé que no me va a oír, pues un aparatito con un cable colgando le pende de la oreja.

Otra vecina de línea, me pregunta que por qué anda la gente tan obsesionada con el papel higiénico. Me encojo de hombros y así ahorro saliva; que puede que en un futuro no muy lejano, la llegue a necesitar. Eludo explicar lo que hizo mi abuelo en tiempos de guerra, cuando le pillaba el sonido de los motores de los aviones y le entraba la flojera de tripas del susto. No había suficiente campo ni hierba en toda la comarca. La vecina de raya posterior dice, en tono quedo, que hay miedo por el desabastecimiento de fármacos. No me extraña. Estando presos en casa propia y comiendo como gorrinos; con la pantalla de móvil en la cara, en lugar de libros; picoteando golosinas como una abeja descarriada y ociosa fuera de su panal y drogados todo el día, por abuso de antidepresivos. Lo más trágico del tema que nos ocupa, es que tendremos que recurrir a la papiroflexia para enterrar a nuestros muertos. Y mi vecina me dice que se aburre. A pesar de que le he proporcionado mil ideas, 999 las ha rechazado, como a sus novios.

Y es que a río revuelto…ganancias para el clero, con un nuevo negocio en cierne: Teleconvento a domicilio. Sube la demanda como la espuma, en la Orden de las Clarisas: menudo éxito apoteósico han alcanzado las torrijas, los pestiños, los huesitos de santo y los pedos de monja, con perdón.

Menos mal, que mañana la UE anuncia su Plan económico ¿Será como el Plan Marshall del inolvidable Paco Isbert? Y menos mal, que un empresario avispado, discípulo directo del Diablo Cojuelo, ha sido apresado en plena frontera con Portugal haciendo el papel estelar de bandolero listillo, pero sin pañoleta y sin ápice de gracia. Y menos mal, como digo, que lo han pillado cargado con cantidad ingente de mascarillas hasta las cejas bien cubiertas por una especie de mampara de baño. Y menos mal, que alegó el tipo que eran “para consumo propio” como la marihuana, pero valorado el botín, en cinco millones de euros. Y menos mal, que el cardenal Pell, tesorero del Vaticano, sale de la cárcel a tiempo para zampar pestiños. La que suscribe, dice como la anciana entrevistada en televisión esta mañana: “Pero Dios mío, eso ¿quién lo manda?

El “eso” no estoy muy segura de si se refiere al virus, o al clero. Sin palabras me quedo.

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