La columna de Ana Mª Bayot

EMPEZAR DE CERO

Me parecía que la guerra de la que hablaban en voz baja mis abuelos, nunca concluyó del todo. Al menos, esa era mi percepción por aquel entonces. Pero ahora era distinta: con armas más sofisticadas, mortíferas y silentes. En la época lejana en que mi padre regresó de uno de sus largos viajes por Europa – cuando esa palabra se nos antojaba el más allá, como lo más cerca-, vino cargado con una caja de cartón enorme. Con una sonrisa que le ocupaba toda la cara, me dijo que era para mí. Al abrirla, me asusté. Era una muñeca gigantesca; por supuesto, más alta que yo y que movía la cabeza de lado a lado al caminar. Se parecía mucho a mí: por el pelo rubio y rizado. Una semana entera mantuve la distancia, mirándola de lejos, esperando a que se moviera por sí sola. Quizá en el fondo, pero muy en el fondo, esperaba otra cosa. La estudiaba con los ojos muy abiertos y el ceño fruncido, desde el otro extremo de la mesa camilla, apretando con fuerza los puños. Mi madre me miraba de hito en hito cuestionándose qué podía estar pasándome por la cabeza. Precisamente ella fue, quien me enseñó el valor de la hache, por muda que fuera; el leve matiz de inexistencia, no la cubría. Pero yo sí que lo sabía; o al menos, lo sospechaba. Con once años recién cumplidos intuí que aquel sorpresivo obsequio tan voluminoso, predecía un nuevo traslado. Y lo confirmaron los hechos. Nos trasladamos al mes siguiente a otro lugar, para empezar de cero.

Ayer tarde adquirí en el comercio de Cheng-Yu, un reloj de color rojo. Le felicito con un gesto de pleitesía y complicidad, por el advenimiento del Año Nuevo chino. Como tiene pilas nuevas y carcasa reluciente –me refiero al reloj y no a Cheng-, «tictaquea» –me acabo de inventar el palabro- a distinto ritmo; mucho más acelerado de lo que corresponde para su maquinaria que no es helvética. Lo que me faltaba para hacerme sentir más excitada. Con tanto virus Ómicron y subvariantes corriendo por ahí, no sé si desayunar o secuenciar. Ante la duda, siempre recurro a enseñanzas aprehendidas. Un algo de magia y un mucho de fantasía debía tener mi madre, cuando con una mano removía el puchero y con el pie contrario, cerraba un armario. Resolutiva del todo. En eso me parecía a ella. Bueno, y en otras cosas. Me ha tocado empezar de cero en varias ocasiones.

A través del hilo telefónico, sentí cómo se te retorcía el gesto al mencionar que estaba leyendo el nuevo libro de Najat El Hatchmi. Esas cosas se notan. Y me recordó no sé por qué, a cuando me metí en el cine Rex de la calle La Cuesta, para hacer tiempo y visionar una película hasta que se hiciera la hora de nuestra cita. Yo era muy jovencilla entonces; pero no como para entretenerme con un filme apto para todos los públicos. Ni siquiera me importaba el desenlace final de la historia, ni en si el chico se quedaría con la chica o viceversa. Lo único que me importaba, era que el tipejo de al lado apartara su codo de mi teta. Lo de la teta, me trae a la memoria el festival de Eurovisión; debe ser por lo de la asociación de ideas. ¿De verdad no hay cosas mejores que hacer en nuestro país que elevar una pregunta al Congreso sobre este tema? ¿De verdad es necesario paralizar todo un parlamento catalán por la inhabilitación de uno de sus diputados? ¿De verdad llegará algún venturoso día en que el parlamento español no parezca un gallinero? ¿Por quién doblan las campanas 200 veces, si no es por un acólito italiano, enfervorecido por su sonido? Y mientras me lo cuestiono, Spotify se pega la espantada.

Vaya follón se traen los yanquis con la marmota: que si al amanecer estaba muerta y aparecen los de la chistera todos consternados, que si al día siguiente vuelven a aparecer los susodichos la mar de alborozados, narrando que Feel o Prel o como se llame, gozaba de excelente salud. Me he perdido. Igual no era la misma. Ya se sabe que los yanquis son muy dados a los bulos y a los asaltos al Congreso, empleando la fuerza bruta. Ninguno propone empezar de cero; pues tienen todo el respaldo de su ex-presidente, que promete indultar. En Lorca hemos tenido la versión cabrera y desinformada. Fijándonos en sus atuendos, presentan cierta similitud. Con ese tipo de ejemplo, la población deriva en primates del deporte como un tal Santiso, que anima a realizar una violación en grupo.

Y sin comerlo ni beberlo, los mandatarios internacionales nos meten en una guerra que no desea nadie. Me da la risa cuando veo el lado ridículo de los poderosos. Y sin poderlo evitar, me recuerda el baile de Johnson que no está dotado precisamente para la danza de salón. Estudio sus movimientos y actitudes; su lenguaje corporal, en suma. Mientras la todopoderosa Rusia alega ataque, los bielorrusos apelan a su derecho a la defensa propia blandiendo metralletas de cartón. Plenamente conscientes de que bajo sus pies se encuentra el verdadero objeto de deseo. La OTAN sigue sin querer implicarse en un conflicto sobre un país, que no pertenece al exclusivo club. Por estos lares, no paran de llegar camiones repletos de basura tóxica a Lerva. Y ello me da pie a pensar que somos el culo del mundo.

Me atavío con el delantal cortando jamón en lonchas finas, para ver el debate sobre la reforma laboral. Sigo con la mirada la aguja del segundero, como si tuviese facultades místicas e hipnóticas y su repiqueteo cadencioso me marcase el tiempo de descuento de la vida. La segunda vicepresidenta, desgrana las 51 páginas del acuerdo y declara en la tarima que el texto ha sido dialogado, laborioso, esforzado y artesanal; pues de eso se trata la Política en mayúsculas, concluye. Casado no está presente, porque todavía se está limpiando los botines de purines y en sus ratos de asueto aprovecha para sacarse el máster, por aquello del qué dirán. Cuca se queda enterrada literalmente en datos y en cifras. Y todo se desmadra cuando se ven con el agua al cuello. Carreras, negociaciones bajo mano; trasiego de votos; tamayazos; transfuguismos; y los fotógrafos oyen cosas. «Ofrécele una alcaldía en algún enclave rural tranquilo; y si todavía remolonea, un coche de alta gama de la Ford, que mi cuñado es un pez gordo»-dice alguien-. Asentía el otro. «Y si aún se resiste, le añades extras de la factoría de Mataró; que allí, también tengo contactos» –añadió-. Con el aliento de Vox en el cogote, se produce la votación fallida y los de la bancada azul turquí aplauden y vitorean complacidos. Los de la bancada grana muestran desconcierto y desolación.  La presidenta de la cámara comunica que ha sido un error. Aprobación finalpor un voto. Resultó tan agónico como el último set de Nadal. Comparece en rueda de prensa Cuca, muy cabreada. Apelarán, afirma, con la boca reseca. El parlamentario del voto errático, resulta estar inmerso en asuntos turbios acusado de prevaricación continuada –presuntamente-. Observo que no siempre gana la patulea sin honor y con escasa honra; mas me apena que nuestra Cámara, continúe dando esa imagen tan soez y tan decrépita. Bajo la vista y veo el estropicio que he hecho con la pata del gorrino, mientras atisbaba oblicuamente el debate tan escasamente nutrido de florituras lingüísticas. Más que corte, lo del jamón es autopsia. Agradezco a los hados certeros no haberme sajado un dedo de un solo tajo. Y vuelvo a empezar de cero, como cada día.

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