La columna de Ana Mª Bayot

EL PORTERO DE GRAN VÍA

Allá por el doceavo día de nevadas continuadas tras la ventana contemplaba, cómo la mayoría de mis vecinos sacaban a la calle sus trastos de matar la suma blancura, sin cordura. El portero de mi finca con gesto ausente, como casi siempre, apenas pestañeó cuando se le posó un cúmulo de nieve sobre las cejijuntas. Y entre trineos caseros, bolsas de plástico gigantes y tapas de cubos de basura como forma vehicular, el trasiego de niños y no tan niños, era considerable y de lógica parda; ya que, bajo del cartel azul oxidado rezaba: “Gran vía” pintado encima con tintura azul. Por lo que me han contado gentes de mundo, todas las grandes vías de las grandes urbes, tienen cierto parecido. Pero ésta era diferente. De acuerdo: puede que no estuviera ubicada en el centro de la ciudad como las otras y puede que tampoco tuviese alegres corralas, como aquéllas tan famosas de las zarzuelas. Pero lo que sí tenía, era un portero con gorra de plato y abrigo gris con botones de plata; aunque la mitad de ellos, semejaba se le habían caído. Bajo los pliegues del holgado ropaje, se le adivinaba un cuerpo famélico que parecía perderse en su interior sin gota de gracia. La escasez de luz de la farola esquinada rota a pedradas, poco alumbraba su figura alargada y pálida como un fantasma y cuyo rostro elevaba siempre al cielo, apenas anochecido, como buscando algo en su oscura inmensidad. Hablaba poco y decía mucho con la mirada. Poseía unas manos flacas y alargadas, como de pianista en desuso. Atendía por señor Juan, sin más florituras.

Me preguntaba qué podría haber en el interior de su cuchitril, al que no dejaba pasar a nadie. Encogiéndome de hombros, hube de volver a mis quehaceres tan reposados, tan cotidianos, tan monótonos, pero tan necesarios.

Me adentré en cábalas tortuosas, cuestionándome miles de cosas, mientras con un escalofrío me arrebujaba en el interior de mi bata de boatiné. A la vuelta de mi incursión panorámica, pongo la radio mientras la vista se me acostumbra a la penumbra. Al cabo, tomo notas sueltas como hago siempre que me hundo en la infinitud de la melancolía. El locutor describe el ambiente nevado con voz átona, mecánica, como si sufriera por no estar en otro lado. Añade y detalla en el mismo tono rancio, el esquí de fondo que practican algunos con maestría, por las calles de Madrid. Tras un incómodo carraspeo, se centra en clarificar el RNA de las vacunas y el salto de turno por ediles catalanes, interesados en no dejar que se malgasten los contenidos de los viales. No pienso contar ningún chiste, a propósito del ahorro, ni por añadidura, lo de que fueran catalanes. Son expedientados, los tres o cuatro, por pasarse de listillos. Se aplazan las elecciones de la comunidad catalana, debido a la pandemia. Alerta roja, por frío; se hielan las calles como mi corazón y mi presi favorita, tiene la solución: «coge una pala», me dice. Asiento, con sonrisa hermética y forzada. La UME ya no le sirve y le da puerta.

A consecuencia del Bréxit, le confiscan a un camionero sus sándwiches de carne, por considerarlos mercancía  importada peligrosa. Se los tuvo que merendar en la cabina a toda prisa, como Sofía Loren la mortadela, en el film homónimo del embutido. Twitter cierra a cal y canto, las cuentas de más de treinta mil usuarios. Parler por su parte, cuenta con cinco millones de usuarios que da voz y micrófono al sector más extremista de la sociedad americana; supremacistas del poder blanco e incitadores de una impronta y deseada guerra civil, a merced de casacas grises gastadas, marchando de excursión a Stone Mountain.

Mientras tanto, Trump aprovecha el tiempo y se afana por llevar a cabo las ejecuciones programadas, antes de que le pille el toro en jerga castiza o el bisonte americano, en jerigonza yanqui. En un futuro no muy lejano, presumo se acabará dando de cabezazos en el muro de la vergüenza, que no se terminó de construir del todo. No hay lamentaciones, no hay culpa. La que suscribe, se retira a pensar y desenmarañar turbios secretos.

Entro en conflicto conmigo misma cada mañana con el devenir de los acontecimientos. ¿Y quién habrá al otro lado del abismo que pueda echarme una mano? Y existe; seguro que existe. Pese a que aún se escuchen voces alabando su gestión (véase Vox), Trump se retira a boxes sin rueda de repuesto, aunque continúe afirmando cero riesgo. Ya se han dejado ver camiones de mudanza a las puertas de la casa albina. Donde ni siquiera soplará un viento estéril, es en el Ganges; pues se sigue practicando en años alternos, el baño multitudinario o Kumbh Mela en sus embarradas aguas, en busca de las gotas de la ansiada inmortalidad y la absolución de los pecados, haya o no pandemia. India, precisamente, se sitúa a la cabeza mundial de los contagios. Un intenso hedor a humanidad, me inunda las fosas nasales a través de las ondas de radio. Cuánto poderío ostentan las divinidades, que hasta mi ser terreno alcanzan. Mas no temáis; seguiremos rasgando los muros con las uñas en un pozo, hasta lograr asomar el rostro veteado de arrugas frágiles, pasajeras e inanes.

Como diría James Joyce, ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema. Pillan por fin al melillero; algo tarde, porque fue ocultado sin rubor por sus hermanos como cómplices necesarios. Los reconozco por el asombroso parecido. Y pienso que no se es joven más que un ratito en la vida y lo desperdician. Y desfilan atados por una misma cuerda, que no podrá romper ni el peso de sus propias conciencias ni plegarias ajenas. Coletea otro asunto por los tribunales: el llamado Caso Máster. Quizá veamos hasta dónde alcanza su recorrido, si me lo permite la entrecortada respiración y mi salud precaria. A pesar de todo, siempre nos quedará un resquicio, por el que colarse una tenue sonrisa: se disparan las ventas de abriguitos para mascotas coquetas. Y ahí va otra buena: los influencers más afamados, huyen en bandadas a Andorra, para pagar menos impuestos. Le oí decir a Félix de Azúa, que España no es un país civilizado sino domesticado. Yo añadiría como coletilla, que igualito que nuestras mascotas. Todo estará permitido mientras vayamos de caza o a esquiar. Confórmense, que ya lucimos ante el mundo: una España liberal, ilustrada a medias y laica a tope; aunque el nivel educativo siga siendo monstruoso. Me voy a soñar un rato, que es la actividad estética más antigua, según Borges.

Llega la ambulancia lanzando alaridos ululando muerte, para llevarse al portero. Hacía varios días que no se le veía. Asomé junto a otros curiosos por la puerta abierta de su mausoleo secreto y apenas conseguí atisbar, un cajón de naranjas boca abajo pintado de azul y un catre medio roñoso por toda decoración. Y libros viejos; un montón de libros viejos. Sentí un profundo golpe en el pecho cuando vi que se lo llevaban. Una mano grisácea cubierta por mitones deshilachados, caía desmayada por la esquina orillada de la sábana que cubría su cuerpo flojo y desgarbado, abandonada como miseria del pasado y ruina del futuro. Ahí va Juan, el portero de Gran vía, ya vencido; me dije, con hondo remordimiento.

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