LO QUE LA VERDAD IMPORTA
Esta mañana medio grisácea me he levantado especialmente tristona. Me tomo la gragea para mantener a raya la tensión y recibo al instante una descarga de energía, que para sí la hubiera querido un soldado hoplita al manejar su carro. Como el ejército que acude de nuevo a prestar sus servicios, para levantar un campamento móvil, en pro de albergar a los que den positivo en las pruebas PCR; y que según los expertos, en otoño se prevé que haya más cantidad entre los nuevos re-infectados. Sudores de tinta china me caían por la espalda, cuando vi que deletreaba mi apellido tras la mampara de metacrilato, por enésima vez, y la funcionaria no me entendía con la mascarilla puesta. Lo logré al fin, cuando finalizamos la conversa a dúo y a gritos como posesas. Presa de los nervios, cruzo y descruzo las piernas y tiro una botella de cristal que monta un escándalo cantarín de cristales rotos; como las cristaleras de colores de Nantes al estallar en el incendio. Las evidencias señalan, que fue provocado por el campanero aprendiz de monje. Pugné conmigo misma al regresar al mundo consciente, y me topé con airados reproches de conocidos, improperios variados y amenazas veladas de amigos, por haberme cargado al Jordi; aunque fuera sin derramar una sola gota de sangre. Caminaba mirando a todos lados, imaginando que una callada y feroz turbamulta, me perseguía. En algún lugar escuché, que el pueblo sin artificio suele ver seres fantasmagóricos, allá donde sólo existen sombras. Y oler virus por los canes.
Menos mal que Trump ya se ajunta con Fauci; hasta que se vuelvan a pelear. Ha cambiado otra vez de opinión y decide aceptar lo de las clases on line, para estudiantes extranjeros. Convendría que leyera más y tuiteara menos. Mientras tanto, el Pegasus se da una vuelta para ver qué pilla, atravesando los terraplenes de zahorra y alabastro y dirigiéndose, como un cóndor, hacia el horizonte anaranjado. En la lejanía se escuchan gritos desaforados de: ¡Netanyahu dimisión!, emitidos por una multitud enfurecida, portando pancartas con el rostro del dirigente israelí, con una diana por cara. Otro que también lleva el temible círculo señalado en el rostro, es el presidente de Alcoa; mientras que sus trabajadores cabreados y desesperados, se crucifican. Me invade la congoja, cuando veo que terminan atrapando a un canguro escapándose de casa, con el marsupio cargado de alhajas. Y es que se ha sabido, a posteriori, que convivía desde hace años con la familia y adoptó sus malas costumbres. Vete tú a saber. Con los dedos haciendo de pinza, paso de página lamiéndome el dedo índice. Al hacerlo, me viene sin querer a la memoria, la pareja formada por dos investigadores: J.Poulholck y K. Lund Rasmussen (bibliotecario y farmacéutico químico, respectivamente), quienes investigaron la razón de la extraña letalidad del color verde de París. Al principio se pensó que dicha pigmentación, protegía los legajos antiguos de insectos y alimañas. Incluso se llegó a utilizar como fertilizante agrario. Dado que los libros investigados, procedían de los siglos XVI y XVII, no se podían permitir el lujo de perderlos. El análisis radiográfico reveló que la capa de pigmento verde era, en realidad, uno de los venenos más mortíferos del mundo: el arsénico. Inevitablemente, me recordó a una de mis películas favoritas: El nombre de la rosa. Lo que de verdad importa, es que el film está basado en uno de esos textos ancestrales. Si me chupo el dedo es por pura regresión infantil.
A pesar de no encontrarme en la cuesta de la ola, como sería mi gusto, celebro en mi despacho con velitas rojas el cuarto aniversario de las grabaciones de Villarejo, repletas de jugosos e interesantes contenidos.
Se desprende de las mismas, que el monarca emérito le reclamó a la princesa Corinna los dineros custodiados durante cuatro años. «Devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo demás» se especula que dijo, con ojos llorosos y con acento castizo, tal como es él. A lo que la dama, muy digna, respondió seca que nones. Tercer grado y no cuarto, para los integrantes del Procés. Y como de cuatrienios va la cosa, festejo antes de que se apaguen las velitas rojas, el resultado del voluminoso auto del Juez de la Mata; poniendo, por fin, grilletes a la familia Pujol y a unos cuantos más que bailaban al mismo son. Lo que serían cómplices, vaya. Y de los necesarios. Detecto una preocupante similitud con la mafia calabresa. Más que nada, porque el listado de delitos no me caben en esta página. Esperemos que no se detecten fallos en los rastreadores de corruptelas tan escandalosas. Hablando de rastreadores, se dice por foros bien informados, que existe déficit numérico de éstos elementos en el ministerio. Y que al parecer, no resultan ser todo lo infalibles que se esperaba. Vaya tela.
Y para pagar el pato con perdón del pato, sacrifican a 92.700 visones infectados por coronavirus. El ánade inocente se queda mirando el cuadro de reojo y huye para hacer el petate sin el tío Gilito. Mientras tanto, el TJUE concede la razón –con matices, no nos engañemos- al gigante de Apple. Si bien no existen indicios sólidos, de que procedan de la famosa herencia del yayo Florenci. Así lo transcribe el juez instructor, para poner punto y final a toda esta patraña. Y entre ponte bien y estate quieto, amanece la figura de la Cibeles entre claroscuros irisados: cubierta de blanco añil y más sola que nunca. Aunque ya está para turbar su sosiego, el rugir de motos del campeonato de motociclismo, del que ya se ha ensayado un preludio este fin de semana en Jerez. Los futboleros les chistan a los caballitos; ya que ellos, sí se han comportado. Sin paular ni maular, les dicen. Difícil, farragosa y ardua negociación, tienen por delante los ministros del Eurogrupo. Claro que el Derecho Internacional es el más difícil de acatar como norma Supranacional que es. ¿Habrá que revisar la Cláusula rebus sic stantibus? La dichosa pandemia ha forzado a que se tambaleen las relaciones diplomáticas internacionales y se dividan de nuevo los territorios entre norte y sur. Estos días se habla mucho de países emergentes. Corren malos tiempos para la lírica y para las adopciones; pues ambas, se han visto también suspendidas. Partido de fútbol en redes: contagiados contra indemnes, igual a descerebrados enfermos.
Se me encoge el corazón, cuando veo la ceremonia de despedida de los fallecidos por Covid-19. Himno de la nación y discursos solemnes, por parte de quienes los tienen que dar. Me quedó en el pensamiento que el dolor habla a gritos y que la memoria es un deber. Aquí no hay otros protagonistas, aparte de las propias víctimas sin pretenderlo. No importa qué corbata llevara fulanito o menganito, o el color de la falda o del vestido de tal o cual presidenta. Tan sólo importa el puñado de rosas blancas, posadas de una en una, con exquisito cuidado y sentimiento, sobre el pebetero de la pira ceremonial. Las máscaras no dejaban ver las lágrimas correr. ¿Que si las hubo? ya lo creo que las hubo. Aunque algunos sigan empecinados en ver el lado político del asunto. Es como fijarse en las suelas gastadas y horadadas de las botas del soldado caído. Me parece un ejercicio absurdo de trivializar con un asunto tan serio, propio de programas de máxima audiencia. Ha llegado el tiempo para reconstruir el abrazo perdido y capturar los besos extraviados. Hagámoslo tan pronto como sea posible. Recuperar todo eso, es lo que de verdad importa.