La columna de Ana Mª Bayot

EL ÚLTIMO VERANO

Lo tengo tan presente en la memoria, que me parece que ocurrió ayer mismo. Subido en la tarima de dirigir el tráfico, mi Jordi recibió un golpetazo de un coche encabritado que lo dejó mal herido de su pierna derecha. Y como era en la derecha, no podía ayudarme en casa porque ante mis requerimientos, argumentó como excusa, que debía considerarlo una lesión en combate; por ser diestro y además, funcionario. Qué tendrá que ver, le digo. Cuánta ignorancia tienes en logística y galones, me suelta. Si hubieras leído a Sun Tzu, no me saldrías con semejante petenera; concluye seguro de sí. Como respuesta le recrimino que a él no le guste ni la poesía, ni la prosa romántica, que también son pedagogía. Lejos de iniciar una discusión interminable decido aplicar mis modales de tonta de capirote, y le planto un beso en plena boca, desnuda de dientes. Pasmado se queda. A eso se le llama, creo recordar, rapidez del relámpago antes de que puedas siquiera pestañear. Yo también leí a Sun Tzu hace mucho tiempo; mas cualquiera se lo dice. Por esas mismas fechas, me sentía orgullosa, porque habían premiado uno de mis relatos. Y aunque en el certamen de mi pueblo quedó en tercer lugar, para mi orgullo personal fue toda una explosión; actuando de revulsivo y fustigándome, para poder continuar en mi hacedera literaria. Al salir del centro de ceremonias al que acudí con una amiga muy querida, pisé el suelo húmedo de lluvia del callejón empedrado con tan mala fortuna, que resbalé y me di un tastarazo de campeonato. Daba grima contemplarnos. El uno con la pierna derecha en alto, y a mí con el brazo izquierdo en cabestrillo. Hay que ver qué cuadro más deprimente. Ven, ven, me decía el ojo vacío de aquella muñeca de trapo colocada abierta de piernas, sobre la cama. Me daba pavor. Esos detalles, se los tendría que contar a mi psiquiatra.

Y allí estaba ahora precisamente, tumbada en el diván de cuero repujado que me hacía sudar horrores. Cuando me quedaba pegada del todo, como un sello, costaba un mundo arrancarme de allí. Pero me servía, ya lo creo, para vomitar sapos y culebras por la boca, sin anestesia. Quiero deshacerme de mi Jordi, le solté de sopetón a don Ramiro Fuelles: especialista en desórdenes mentales. Pues ya era hora, me dice. Me incorporo lo que me permite el pringado sofá, y me quedo mirándolo fijamente. ¿Cómo dice? balbuceo. Cabecea. Lleva casi un año posada en ese diván, contándome historias de su día a día. Que no digo yo, que no sea una vida de múltiples aventuras; pero que ya estoy saturado de sus narrativas del tal Jordi, concluye. Entro en ebullición y entre jadeos de enojo, me levanto del sofá y me despido hipando con tal congoja, que parece no tener fin. Le digo adiós con un ademán, deseando llegar a casa para recibir cobijo y consuelo. «Y recuerde que ya tengo un diagnóstico que no quiere escuchar», le oigo decir como un eco, mientras huyo casi corriendo pasillo abajo.

Me está esperando Jordi en la puerta con los brazos cruzados, como si fuese mi madre. Nos sentamos con cierta premura, frente al televisor. Con voz impersonal, el locutor describe una guerra de toldos en Sevilla como si de un conflicto bélico en Bosnia se tratase. Para guerras, el rifirrafe entre Torra e Iceta en el parlamento catalán. Es curioso que pase, del España nos roba al España nos contagia. Una jueza le dice que nones a su recurso. Otro tipo de alegrías se dan en el pasillo de Ifema: vuelve la música en directo con Los Secretos. Naturalmente, con las medidas sanitarias oportunas. En Lleida se habilitan tres plantas enteras para la atención de contagiados. Catorce bomberos y diecisiete sanitarios, también son aislados. Víctimas por vocación.

Mientras en Sa Pobla, Mallorca, noche de ronda, morena; botellón incluido. En Palos también. De espabilaos está lleno el mundo: estafas on line utilizando impunemente a la OMS, a Unicef y a la Cruz Roja. Hoy jueves es jornada de mercado, así como día de más focos activos. Le propino un codazo a mi Jordi, señalando la pantalla: revolución en Mutriku con un coche al que llaman anfibio, que flota sobre el agua como si tal cosa. Bueno, para ser justos, con la potente ayuda de un motor de 305 potros desbocados. Y desde hoy mismo en España, la mascarilla es obligatoria: complemento imprescindible de moda y también de ley. Multa al canto si no la llevas.

Resulta que compartir cachimbas, no ponerse mascarilla y hacer botellones ilegales, está de rabiosa actualidad chulesca. Nosotras nos poníamos margaritas en el pelo como signo de rebeldía, que es mucho menos dañino. Y ellos fumaban celtas cortos sin filtro, que también resultó ser muy peligroso. ¿Verdad, Jordi? Silencio. Se comenta en los medios lo de la restricción del voto. Ahora me entero de que un derecho fundamental se puede restringir. Parece mentira pero me ilusiona sobremanera, que el cine Embajadores reabra de nuevo; y que además lo haga, con una de mis películas favoritas: Cinema Paradise. Qué recuerdos. Por nuestro lado pasa Johnny Deep, esposado. Nos envía un saludo con los ojos exageradamente pintados y en su bolsillo superior, asoman las denuncias por maltrato de sus tres ex. Inquietantes tríos. Como informaciones inquietantes, dice el presi. Nos sobrecogen las imágenes de ese menor de diecisiete años agrediendo a su pareja, en plena calle, con el niño de seis años e hijo de ella, presenciándolo todo. Eso sí es perturbador. En política, tanto en Galicia como en Euskadi, se están entremezclando nociones de salud y réditos electorales. Finalmente, victoria por mayoría de Feijóo y hundimiento de Podemos. Menos mal, que el coronel Gayoso recibió por fin un funeral como se merecía, después de tres meses. Lo del Ministerio de Sanidad y la precarización de sus contratos, está también pendiente de resuelta. Toca hacer análisis de la aventura Calviño: por un voto quedó fuera, como en Eurovisión.

No dan con el esclarecimiento de las extrañas muertes de elefantes. Y mientras cavilamos sobre ese tema, un turista estonio queda preso en el aeropuerto, durante el período de pandemia –unos cuatro meses- rodeado de cucarachas y durmiendo en el suelo; como Tom Hanks, pero en verdad. La realidad siempre supera la ficción. Decido volver sobre mis pasos y enfrentarme por fin, con el diagnóstico del doctor Fuelles. Su sentencia profesional, resultó ser más usual de lo que creemos: la soledad, es un asesino en potencia que mata más y mejor, que el tabaquismo y la obesidad juntos. Y no es extraño que la relación de pareja se vea afectada. Pero en mi caso resultó ser aún más extraño. Inventar un personaje, incluidos diálogos de ida y vuelta, le resultó al doctor  un caso interesante y digno de estudio. Pero había que solucionar el tema después de tanto tiempo. Visto desde la perspectiva de la biología evolutiva –me dice, rascándose la barba-, la sensación de soledad tiene un sentido parecido al de sentir hambre o sed. Tan necesario como eso, es el ser tratado.

¿Quiere decir usted, que mi Jordi no existe? No, responde rotundo. Es una invención suya y de mucha más gente que se siente sola. Y la tendencia se agrava hasta llegar a convertirse en epidemia. Ha hecho falta una pandemia, para que seamos capaces de valorar en su justo sentido, ciertas cosas. Confío en que éste sea su último verano con ese tal Jordi. Asentí varias veces mientras una lágrima corría cuesta abajo a través de mi rostro…