LO QUE EL OJO NO VE
Me bastó incorporarme a medias en la toalla viendo la algarabía que se formaba en la orilla, sin previo aviso; alertada al mismo tiempo, por los altavoces de megafonía cuyas ondas me acabaron de despabilar de mi letargo. La señora García y el señor Agapito Flores se situaban en primer término, debido a su prominente estatura. El que aparentaba ser el socorrista por su atuendo al uso, anaranjado y chillón, amén de por su exceso de celo, señalaba con el dedo inhiesto hacia el extremo opuesto; más bien, hacia las profundidades del océano. Perdonad mi imprecisión ocasional; pero resultó ser por el avistamiento de un grupo de delfines, que andaban haciendo cabriolas de las suyas. Incluso la señora García expresa un deseo recóndito en actitud soñadora, como suele: le gustaría, algún día, ser transportada por una de las aletas de un delfín, hasta el país de Nunca Jamás. Yo no podía entretenerme en cosas vanas; pues ese día, me había traído al abuelo Tomaso -padre de Jordi- para que disfrutara de una jornada de goce y asueto: mío y de él, en la playa. Puntualizo: más de él, que mío. Supuse que le sería de gran utilidad didáctica y sensorial; procediendo como procedía, de un pequeño pueblecito de La Mancha; cuyo suelo terregoso y árido carecía de agua, dulce o salada. Con tanta conjetura y con la mirada siempre alerta en dirección a la hamaca del abuelo Tomaso, me zambullí un breve instante entre la controversia y el murmullo, proveniente de la misma vera marina y calentando el sol de pleno. «Ha sido precioso» decía la señora García con chiribitas danzándole en sus pupilas; las cuales, denotaban sin duda, su profunda emoción. «Precioso, precioso» corroboró doblemente su acompañante, el señor Agapito Flores; quien era evidente, que sentía algo profundo por ella y, como consecuencia, a todo le daba la razón. Al voltearme, el abuelo Tomaso ya no estaba en su hamaca de nylon deshilachada.
Desesperada, miré hasta en el interior de la bolsa de la vecina de sombrilla, por ser ésta de gran tamaño; por lo que mi curiosa y absurda acción, se vio interrumpida por un violento manotazo de su celoso marido. Y con razón. Pedí disculpas inmediatamente, muy compungida. Apareció de repente el abuelo Tomaso, reptando con sigilo, entre las toallas y con deplorable aspecto. Le rocé la frente comprobando que no tenía fiebre. Adujo que se orinaba, como excusa de su repentina desaparición. Respiré tranquila por el momento, y me dispuse a leer la prensa sin quitarle ojo. A saber: Bartomeu se ve empujado contra las cuerdas, mientras Hamilton se arrodilla.
Se impulsa por la OMS, el saludo por Namasté y a su vez afea el choque de codos; ya que el mismo requiere de una proximidad, que califica el propio organismo de «poco saludable». Admite, no obstante, el saludo apache y abole la patada, por entrañar mala uva. Y continúo con mi enriquecedora lectura: Mas carga contra Puigdemont; toda vez que el presidente del PP promete “no pasar ni una”, en lo tocante a la corrupción. Y entre uno y otro, resalta la vocecilla de Escrivá, retrasando la fecha del retiro forzoso. Intentan limar diferencias Caixabank y Bankia y siguen negociando; por el agujero antiguo de unos cuantos millones de euros. Y mientras concurren todas estas noticias cotidianas que figuran en prensa, veo de soslayo a mi suegro Tomaso realizando ejercicios de taichí, con gran maestría y parsimonia. Desconocía que supiera de tal arte milenario. Hasta que me percato de que los hacía, para lucir figurín frente a una octogenaria con gorra de rafia caída, en conjunción con el resto. Tanta decadencia me enternece tanto, que si pudiera levitaría de la emoción. Sigo con la lectura, mientras en la arena de la orilla se van depositando diminutos trocitos de Antropoceno. Plásticos, vaya.
Se busca una pantera negra: vista y fotografiada, por los alrededores de Ventas de Huelva (Granada). A pesar de que se fantaseó, con que posaría como una estrella del celuloide, no posó. Incluso se duda de que fuera un gato negro de inusual tamaño. Los toros bravos de lidia que salieron de fiesta por los aledaños de Algemesí, ya han sido trasladados a toriles sin ulteriores consecuencias; pero aseveran los ganaderos, que regresaron los astados algo perjudicados. La foca albina ha sido acogida a regañadientes por su familia biológica de focas pardas. Se pensó al principio que causaría rechazo entre sus congéneres; pero con amplia sonrisa me cuentan los buzos, que ya han sido avistadas caracoleando en manada, con los delfines de Cullera. Lo que preocupa en Singapur, es la nueva moda de criar hormigas en granjas creadas para tal fin. Que no cunda el pánico, que ya les pasaré las migas, cuando acabe mi suegro de merendar.
Encomiendo la guarda y custodia del abuelo Tomaso, a la tejavana de la parada discrecional del bus de línea, después de haberlo acompañado esta mañana prontito a una prueba de exploración rectal, a la cual se negaba a acudir solo; esto, como colofón estelar a sus vacaciones. Se lo veía muy contento pese a su caminar raro, como despatarrado. Barrunto, que su sonrisa de infantil alegría era debida, quizás, a un abultado paquete de jamón de bellota que le introduje a escondidas en su bolsa de viaje marrón; y que él ya se había encargado de escarbar. «Te pillé», le dije bajito al oído. Pareció que se sonrojaba, bajo la capa de piel surcada de piel.
La historia de la señora García y el señor Flores anteriormente mencionados, dista mucho de ser común. Lo que señalaba el diligente salvavidas en el límite de la raya azul del mar, era una manada de delfines que chapoteaba alegremente y que hacía tan sólo unos minutos había pasado rozando la espalda a la señora García, sin ella percatarse. El delfín cariñoso se arrimaba a ella rozándola mimosamente; a lo que ella respondió con feroces y violentas patadas, hasta dejar al animal medio atontado. La brusca respuesta, la interpretó el cetáceo, como una vívida muestra del enfermizo enamoramiento de los estrafalarios humanos; sin poder prever las consecuencias que acarrearía para su futuro de costumbres tan libertarias. Este ambiente claudicante, acompañado con la creencia de la señora García de que se trataba del roce del insistente cortejador bajo la superficie del agua, propició el desenlace posterior. Al vislumbrar la gran aleta amenazadora y oscura, el señor Flores la emprendió a berridos llamando al socorrista. El Seprona se personaba momentos más tarde, sobrevolando la zona tratando de localizar al cetáceo pasmado; sabiendo casi con toda certeza, que se encontraría al pobre bicho en estado comatoso. Fue severamente amonestada la señora García; acompañando a la consabida bronca verbal, una fuerte sanción económica, cuyo elevado importe, tuvo que abonar su eterno enamorado. Desde entonces siguen juntos. Me los imagino nadando con gracia y soltura en su piscina de aguas templadas, rodeados de nenúfares; siendo la mar de felices, dichosos y engullendo perdices, en el planeta de los Nibelungos. Y yo sigo afirmando, que ese día, no pude ver nada. No llevaba las gafas. A pesar de que yo le dijera al socorrista, empequeñeciendo los ojos: «Sí, sí, ya los veo…» Cada uno ve, lo que quiere ver. Y esta es la verdad: que el ojo, no lo ve todo.