PEPINOS AMARGOS
Mi Jordi me preocupa. Esta mañana al despertar la habitación estaba a oscuras; por la ventana se colaba, en pequeños haces, el parpadeo incesante y cansino del letrero luminoso de la tienda de pollos muertos. Sentado y esquinado, se hallaba Jordi ataviado con atuendo militar: espada de mentirijillas en cintura y faldita de cuero dejando apenas asomar los suspensorios; escudo apoyado en el suelo; lanza y casco próximos, por si las moscas. A decir verdad, reconocí los restos del disfraz de carnavales del pasado año. Aun así, me asusté. Por su nariz aguileña reflejada en la pared haciendo sombra, lo reconocí sin pegar un grito desaforado. Me llené de inquietud. Cabeza fría, me propuse; y nervios templados, añadí. Tendré que averiguar cuál será su nueva ventolera. Posado desmayadamente sobre la mesa, había un papel con una firma estampada que se asemejaba demasiado a la de mi trampantojo amigo americano. Uf, me dije con inquietud manifiesta. Veremos por dónde me sale, culminé en mi íntimo pensar, sin decir una sola palabra. Desprovisto ya de su regio, romano y pastoril atuendo, nos acomodamos frente a la tele para ver las noticias. Es mi testamento, me dice señalándome el papel, y ésa, es mi firma; ya la tienes. Le digo que gracias y no discuto. El presi de esta gran nación también dice, que dos no discuten si uno no quiere. Mi presidenta madrileña favorita, se dice y desdice, porque no se aclara. Quien la colocó, también lo hizo de oídas. Todavía estoy esperando que alguien me constate, fehacientemente, que ella pasó por el infierno del Covid-19; como así lo hace constar a la mínima ocasión, sin presentar pruebas.
Aitor dice que todo esto es una fricada con la calma que le caracteriza. Y uno de los de la jet de la derecha de la derecha, solicita del Congreso que se lleven a cabo controles anti doping dirigidos a sus señorías. Mi Jordi asiente cabeceando, porque teme que los esclavos de Satanás nos abduzcan, utilizando espectros de seres masónico-pretorianos como el presidente de la Universidad Católica de Murcia. Vade Retro, Satanás. Vacunas contra la estupidez, es lo que hace falta. El mismo Congreso que da carpetazo al asunto del majestuoso emérito ¿Inviolabilidad eterna? Y que cada vez se parece más a una sesión de teatro barroco, inmerso en la anécdota y la tragicomedia. Y 14.000 científicos de nuestro país se tuvieron que marchar. ¿No es triste? Una parlamentaria avispada y pizpireta, viste andrajosamente una camiseta negra con lema. Yo tengo una que pone: “Yo como pepinos amargos”. Pero no es lugar para llevarla. No sé en qué recoveco digresivo se ha perdido el decoro y el respeto hacia las instituciones. Debiera haber arcos con sensores y semáforos para detectar esas carencias; como en A Coruña para controlar el aforo en playas. 399 en Denia. Ni uno más. Ni una menos debiera haber, tras la muerte de toda una familia, por causa y consecuencia, de la violencia de género. El episodio de madrileñofobia, da marcha atrás; por orden del esbelto presidente gallego. Amigo de sus amigos, ya sabes.
¡Liberad a Melania! Reza un cartel a las puertas de la Casa Blanca. Como a Wally. Corren rumores de que el FBI ha descubierto lo mal que se llevan la princesa Ivanka y su actual y legítima esposa. Lo habrán averiguado por la cara de lamer pepinos amargos que puso, cuando el pelo paja le posó la mano pala por encima de los hombros. Y un señor vestido con un traje raro, cuya tela imita a ladrillos de muro, protestando no se sabe muy bien por qué. Y Marruecos decide cerrar sus fronteras para evitar el corredor del estrecho, con buen criterio.
En el búnker de la Casa albina Trump se consuela esnifando Dexametasona, por si acaso. Desconociendo que sólo vale (constatado por un grupo de científicos alicantinos), para enfermos muy graves. Y siguen las protestas en Albuquerque, cuyo nombre me suena más a película de vaqueros e indios de las de antaño. Arde Atlanta también. Esto no tiene buen augurio. Voy corriendo a tuitear un rato con Trump, para decirle que han sacado un medicamento nuevo: Raloxifeno, que tal vez no conozca.
La Fiscalía alemana se apresura a anunciar que ha desvelado los secretos más recónditos del caso Madeleine. Gases lacrimógenos han tenido que usar en una tienda de electrodomésticos en Francia, para contener a la multitud enfervorecida que iba tras la caza de una consola de última generación. Los responsables de la cadena dicen, poniendo cara de perro de presa ante las cámaras, que nunca más sacarán ofertas de este tipo. En Renania, se infectan 650 personas de una sola vez en una industria cárnica. «Ni carne, ni pescado, ni verduras. Acabaremos comiendo alfalfa», dice mi Jordi. Qué verdad es. A veces resulta ser ingenioso, sarcástico y divertido, cuando se toma un par de traguitos de cazalla de la terreta. Se pueden ver a lo lejos, las antorchas prendidas de una manifestación nocturna en los alrededores de la factoría Alcoa, implorando su no cierre. Y no tan de repente, brota otro foco de infección virulenta en un edificio de apartamentos en Alemania, en el que residen inmigrantes hacinados. Distancia de seguridad, cero patatero. Abre de nuevo el Bioparc, exhibiendo cebras con las rayas retorcidas y los ojos extraviados. Mucho me temo, que notan la falta de esos pequeños diablillos fastidiosos, que les meten el dedo en el hocico, al menor descuido. La cuidadora dice que están más felices, y no me extraña. Los elefantes han recuperado peso (¡uf!), y los driles escandalizan más y mejor (más uf). Me quedo mirando a los bichos divertida; como quien mira a sus vástagos con amor de madre.
Los miserables con minúsculas, que no son de Dickens sino del balompié del Nápoles, andan de celebración unos sobre otros. Bien apelotonaditos y garrapiñados como las almendras. Y seguimos de brote en brote. El vídeo del médico que asesoraba para discriminar pacientes, que lo sepan: era un ensayo, una simulación. No se puede argumentar una excusa más pobre. Dice el líder mundial del Yoga, que esa disciplina ayuda a ganar inmunidad. ¿En qué? Pregunto yo, que no sé estar callada. Codazo de Jordi en la costilla flotante. Me responde el asceta hindú de Navalcarnero, con una mirada de asesino en serie. Y los botellones siguen y siguen, al mismo ritmo que los rebrotes. O más. Y mira que nos avisó Piot, descubridor junto a otros colegas, del Ébola y asesor de la UE. Por cierto, él también acaba de salir del coronavirus arrastrando secuelas. Alaba la gestión de la señora Von Der Leyen, al respecto; pues el científico trabaja con ella, codo con codo. Debieran tomar buena nota nuestros gobernantes.
Y mientras mi Jordi y yo contemplamos el eclipse anular con la cara llena de rodajas de pepinos amargos, los cuales nos dijeron que rejuvenecen por lo menos dos meses, nos miramos con las caras embadurnadas de chorretones de leche de pepino y rompemos a reír. En la oscuridad difusa, se puede escuchar claramente el eco de mi risa campanillera. La esperanza y el humor son dos cosas que engrandecen y que no debemos perder.