La columna de Ana Mª Bayot

BICHOS

El can de mis vecinos sufre de estrés post traumático y no me extraña. Si el pobre ya tiene cara triste de por sí (se trata de un Basset Hound; lo he mirado en internet), ahora estoy viendo que su faz ha derivado en puritita desolación. Esta noche he tenido que avisar por enésima vez, a la policía. Lo que más temo entre otras cosas, es que se me encone la angustia que siento cuando me encamino, arrastrando los pies, para introducirme entre las acogedoras sábanas de blanco satén. Es duro de veras tener como vecinos a una pareja tan ruidosa. Ellos puede que no lo sepan, pero su perro también lo padece. Si alguna fuerza externa no me lo impide, puede que llegue a cometer alguna felonía o tal vez algún acto de grosera indecencia. Pensándolo mejor, decido coger un libro cualquiera y perderme entre sus desconocidas heroicidades, antes de que se deje caer por acá la nueva Dana que anuncian para esta próxima semana. Perdida entre los tentáculos de mi sistema nervioso, decido calmarme leyendo a Kafka. Mala elección. Veo bichos con púas en la chepa por todos lados.

Dos años enteros se han pasado en Europa –nuestra casa, al fin y al cabo-, debatiendo, sobre la flexibilización de las normas, para poder dar una respuesta sanitaria congruente; aunque algunos aún traten de referirse a Bruselas, como ese ente imaginario kafkiano. Y claro que da respuestas entre tanta discusión y debate, a pesar de que entre sus filas existan estados frugales. ¿Acaso en nuestras filas como país soberano no existen? Claro que sí. De lo contrario no hubiéramos conseguido un crédito tan lidiado y ventajoso parido de las tripas europeas. No obstante, es conveniente señalar para mentes olvidadizas, que la UE es un proyecto de paz y de solidaridad y una unión de valores y derechos efectivos. Tampoco se nos olvide, que la salud humana es competencia exclusiva de los Estados. ¿Dónde está la Unión europea? Vociferan desgañitándose enrabietados algunos, por los pasillos del Congreso como paupérrimo argumento electoral. Pues sus señorías europeas, andan ocupados inyectando liquidez al Sistema. No se equivoquen señores; tenemos la Unión Europea que el Reino Unido quiso en su día. Y ahora resulta que son los primeros en abandonar el barco, como las ratas. Y a pesar de todos estos extremos y alguno más, los partidos políticos como tales, siguen siendo necesarios. ¿Para qué? Se preguntarán. Pues para el debate y la aprobación de leyes tan importantes, como la del IMV (Ingreso Mínimo Vital) o para ir tramitando la Ley sobre Violencia Infantil, por ejemplo.

Aunque no sé yo hasta qué punto nos hace falta, alguien que exclame desatinos y falsos credos como cierta parlamentaria -de cuyo nombre no quiero acordarme- que aboga por largar a su país a los extranjeros y a los Menas. Ignorando que tal vez, y sólo estoy especulando, por sus venas corre sangre beduina y lo desconoce. Mientras tanto en casa, nuestra casa, se siguen barajando cifras dispares en las estadísticas de fallecidos, como si se tratase de intercambiar cromos de Mariquilla; y nuestros paternalistas parlamentarios, exemplarium de limosneros desahuciados, se pelean con malas artes por una tonta pegatina; como en el colegio. Vergüenza me da. Fariseísmo político dicen otros, desconociendo su significado. Proliferan los bares y discotecas clandestinas como nidos de bichos agusanados. Para cifras: 128 folios hicieron falta, para fundamentar la condena a una administración pública por no proteger debidamente a sus sanitarios; aunque este colectivo se haya ganado a pulso, el prestigioso Premio Princesa de Asturias. Desolada me quedo cuando leo algunas de sus cartas.

Si de cifras hablamos ahí va otra: 38.000 personas mueren al año en el país debido a la contaminación ambiental. Y algunos la siguen negando. Pocos días han bastado para que desapareciera la nebulosa boreal.

A las generaciones que hemos pasado por los coletazos de una postguerra, no nos digan que aguantemos. Podemos hacerlo más y mejor de lo que nos exigen. No nos reten a alcanzar el límite; siempre será mayor del que puedan ustedes calcular. Se nos enseñó a obedecer y a callar. Todavía podemos ser protagonistas y no sólo figurantes. Mucho ojito, señores gobernantes, que las arboledas dispersas pero frondosas, suponen el deseado refugio para anidar cualquier ave de buen o nefasto agüero. Recuerdo a mi abuela y lloro. Cuando estoy enfadada, y últimamente demasiado a menudo, la recuerdo y sigo su consejo: «Deja que se te enfríe el enfado y al día siguiente, lo verás todo con mayor claridad». Mas como rebelde con causa, no se me va el cabreo.

Y poco a poco vamos recuperando el ritmo de la tan cacareada normalidad. Me viene al pelo lo del cacareo: se vuelven a organizar peleas de gallos, con aforo exagerado de espectadores apostando sin mascarillas y para qué, oiga; hasta el mirlo de mi balcón se me rebela, a pesar de que cojea del palillo que tiene por pata; y en vez de lanzar trinos y gorgoritos, suelta palabrotas, creo. Me comenta otro pájaro blanquinegro vestido de esmoquin,  que todavía le tiemblan las varicosas rodillas, cuando escucha la voz cadenciosa de la marquesita llamando “hijo de terrorista” a su vecino de escaño. Desde mi sofá color borgoña veo cambiar de tonalidad la pantalla del televisor, virando hacia el gris oscuro; ese color tristón al que nadie con un mínimo de sensatez, quiere regresar.

Las víctimas de este reguero mortal, no sólo son los ancianos fallecidos, sino también sus familiares y amigos. Y a éstos se les van acumulando los porqués y los cuándos, aunque sea con data aproximada. Las malas políticas suelen reverter como las cañerías atascadas. Explotará y se sabrá; todo se acaba sabiendo. El efecto todos a una no existe en política, si se cuelan cucarachas por las rendijas. Es como un espejo que se rompe en mil pedazos y cada pedacito de vidrio, lleva un efecto de la realidad que se proyecta –aunque tarde mal y nunca-, hacia el resto del mundo. Hasta el morlaco negro de mi segunda estantería, recuerdo de Benidorm, me acaba mirando mal. Muchas veces he estado tentada a tirarlo a la basura; pero me ha frenado en el último momento, su herida de gravedad en el lomo. Ni ferias ni feriantes, ni jotas ni sardanas. No me toques.

Me viene a la memoria todo esto a causa del reciente aperturismo por etapas, por fases, por colores. O bien el libro que he leído me ha afectado de forma desgarradora, o mis buenas intenciones zozobran de mala manera; asaltándome por momentos como una ráfaga, un súbito e irrefrenable deseo de jolgorio, desenfreno y desparrame. Sacudo la cabeza ahuyentando tan provocadoras ideas. Imbécil sería en grado superlativo, si me sumergiese de nuevo en el desmadre y la orgía, saltándome el confinamiento antes de tiempo. La naturaleza del ser humano es así de desagradecida, me dije, concluyendo mi perorata interior zanjando la cuestión de escaso o nulo fundamento. Mientras, Banksi desenvaina su pincel en uno de mis descuidos, dejando en un gigantesco mural, su maravillosa, artística y reivindicativa huella de barras y estrellas. Y Trump diciendo chorradas.

Y como va de bichos la cuestión, no se me ocurre otra cosa; visto el clima político tan detestable que nos desasiste.

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