La columna de Ana Mª Bayot

A VECES SE ME OLVIDA

A veces se me olvida, ponerle el palito a la te. Otras, en cambio, añoro contar en el escote con un sistema de ventilación, como el que tuve antaño. Entre un valle serpenteante y turgente se erguían dos cántaros de miel; decía la canción, creo. Albergo la esperanza de que no sea miel china. Desconfié del potencial manufacturero del país de los dragones, desde que introduje en la lavadora unas zapatillas de mis hijas –monísimas por cierto- y se desintegraron completamente; como migas de pájaro en un palomar. Me costó un montón mitigar su llanto desconsolado, al ver aquellos cuatro guiñapos zarrapastrosos; si no fuera porque me inventé sobre la marcha, un juego nuevo. « ¡Qué, qué! ¿Qué es, mami?» decían ambas, palmeando y dando saltitos, la mar de ilusionadas. Toda una tarde nos tiramos pintando ojos a los tallarines al huevo, con la firme y contundente promesa de que se convertirían en animales mágicos y echarían a volar. Naturalmente, al echarlos a cocer con el agua hirviendo se les borraron por completo los ojos pintados, pestañas incluidas. Aproveché la coyuntura accidental, para introducir otra historia diferente; cuya trama, perfectamente hilada, acabaría derivando en maravillosa parábola. Y conseguía como por ensalmo, que se olvidaran de casi todas sus pesadumbres.

Como ya no pretendo ser estrofa, tan sólo aprendiz de filósofa y poetisa de sátiras domésticas, me cuestiono a menudo sobre la existencia del alma; a la vez que me inquiero elevando los hombros, en un no sé qué y otro qué sé yo; hablando sola conmigo misma y preguntándome, dónde demonios habrán ido a parar mi último par de calcetines de rayas. Lo extravío casi todo, menos el influjo socrático-platónico que me inunda el alma. Y me travestí una mañana cualquiera en ensoñaciones de manera furtiva, transformándome en mariposa con pintitas de colores.

Aquel lluvioso día de noviembre, me asaltó el viejo concepto de utilidad aristotélico que creí olvidado y me hizo remover las entrañas. Me despertó un sonido que me hizo dudar por largo rato, en si se trataba de un bebé llorando o de un gato maullando en estado de celo. Las cinco de la madrugada, eran. Lo sé, porque miré el reloj a hurtadillas, con un solo ojo. Sobre la mesilla, se amontonaban una serie limitada de versos inacabados. Mi intuición no paraba de rozarme el hombro, como advirtiéndome de algún giro inesperado que me deparaba la vida.

Y mientras picaba cebolla llorando como una magdalena, escuchaba a distancia la tele de la cocina: « ¡Salvad a la vaca Lola, que está embarazada y con neumonía!» decía una mujer de mediana edad, megáfono en ristre. Mentalmente le respondí, que una vaca no se embaraza; se preña. Una cosa es pintar espaguetis a tutiplén; otra muy distinta, es pretender humanizar a animales. Cada uno en su lugar. La Navidad está cerca y el peligro se mastica…Dicen que este año no habrá ni fuegos artificiales, ni cuenta atrás. Cayetana está estupefacta y por eso la expedientan. Y bueno, tal vez sea cosa de saltarse la disciplina del partido o por algún gorgojo más. Villarejo se enfrenta a su enésimo juicio y el PP se sentará en al banquillo –dicen- por los veinticuatro acusados y pico del caso Gürtel. Permítanme que lo dude. En algún lugar oí, que la mafia también tiene vocación de estado y que el estado tiene vocación de mafia, en justa correspondencia.

Oro y abogo porque no se contemplen ni amnistía ni prescripción, para los crímenes de lesa humanidad. Y me hago muchas preguntas: El Viernes Negro –Black Friday que dirían los modernos-¿es un chollo o un engaño?

Y mientras busco responder a esta cuestión -otro artificio más, para el consumo desbarrado; me barrunto-, un muchacho dibuja a mis espaldas el considerado mejor grafiti del mundo; mientras bajo el ripio de Valdecañas, se hallan por casualidad, dos cascos prehistóricos. Y se abre de nuevo el debate sobre el sistema de enseñanza, de cara al futuro incierto de nuestros descendientes; cuando todavía no hemos sido capaces de resolver, el grave problema de las pensiones de nuestros ascendientes. Pero no se me olvida que la genética no es acumulativa, ni la estupidez humana es hereditaria. Y se me revuelven mis dioses y las tripas, en el templo de los defraudados. Y, bueno.

El asunto, en resumidas cuentas, es que el puñetero Covid sigue su loca carrera de expansión descontrolada. Como andariega afásica, reconozco humildemente el valor de una robusta gayata. En ella me apoyo pensando, que la inseguridad como concepto es que él mismo, encierra promesas por descubrir. Como una leona Nabiki africana, retrocedo paso a paso, para ser la última en dar a luz. Como hizo mi pobre madre, siendo víctima de la progenie posfranquista. Sé que la luz de mi corazón se apaga, me dijo, con apenas un hilillo de voz. Yo seré tu revancha, mamá. Le soplé al oído, mientras ella exhalaba un ronquido estentóreo. Me veo atrapada en el eclipse lunar total en el resto del mundo; pero en España, sólo parcial. Como todo y como siempre.

Y no se me olvida que yo, como Carmen Laforet, sentimos predilección por los personajes desvalidos. A lo que yo añadiría que los míos, además, rozan con espontaneidad sutil el ridículo más espantoso.

Esa misma noche tuve un sueño. Soñé con techados de pizarra que dejaban asomar varias espanta-brujas. En un valle colindante y exento de flores, pastaban equinos enanos: sus auténticos moradores de pro. Al asomarme a una muralla medio derruida, pude apenas atisbar restos de un pueblo medio enterrado, hallándose la marea baja. A través de las ventanas entreabiertas de las cocinas de las casas bajas, con los cristales empañados, olía a queso de Gabas; y, en los alféizares de las ventanas, reposaban algunos cuencos con uvas pasas. Al despertar, no logré recordar nada.

A veces se me olvida, que no quiero olvidar.

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