La columna de Ana Mª Bayot

LAS  SOMBRAS

«La densa penumbra tornasolada del jardín trasero no me permitía conjeturar siquiera, las sombras que intentaban asomar por los recovecos, bajo el rechoncho platanero; el cual, insistente, luchaba encarecidamente por mantenerse erguido dentro los límites marcados por el parterre enlosado. Apenas logro vislumbrar espacios vacíos, huecos, como manos extendiéndose palmas arriba y preguntándose por qué no se entendían. Doblando esquinas, sin rumbo fijo y dejando atrás las callejuelas empedradas, mis huesos helados y puntiagudos fueron a parar a un viejo sendero que ya conocía: el de la miseria, la barbarie y la incultura.» Tras escribir esta parrafada, añoré un cigarrillo. Salí a dar un paseo para orearme; o de lo contrario, fumaría.

«Por un sepelio digno» rezaba el cartel de aquel mendigo. Nadie sería capaz de negarse a tan humilde petición. Deposité un par de monedas en su platillo y le miré a los ojos. Pude ver mucho más al fondo y adiviné un pozo negro. Lo anoto todo apretando mucho la letra, para no dejar escapar todo aquello que me atormenta; mas las tales cosas como otras que no menciono, no las sabrá nadie si hasta yo misma dudo de su existencia. Escucho un zumbido como amordazado y me dispongo a cavar, empleando mis propias manos a modo de palas. Y de repente rememoro que te quise a tiempo parcial. Y lloro. Al regresar a casa, hice una pelotilla con el texto y lo arrojé al cesto de mimbre.

Ayer sufrí una sobredosis de ajo, creyendo que se trataba de almendras crudas. Echaba fuego por la boca como un dragón, aparecido de los de los cuentos que contaba a mis hijas cuando eran pequeñas. Enterré las lágrimas junto al Hombre de Loizu de 11.700 años a. C., que descubrí por casualidad. Sentí la flecha que le atravesaba la testa, como si fuera la mía. Y por efecto simpático y solidario, me entró un terrible dolor de cabeza que me hizo caer a un agujero negro muy profundo. Como en el espacio sideral: que somos tan bravucones y pretenciosos, que osamos enviar incluso Miuras. Y me acordé de tus danzares en la madrugada albina: chapoteando en los charcos, sin paraguas, sin dudas y rodeado por las sombras.

Entre dos paradigmas verbales se encontraba el matiz de la Cumbre del Clima: «eliminar» por «reducir». Como los empleos en precario de mis hijas y como la avispa que retumba y patalea, en el interior de las amontonadas cenizas del volcán. Y de la llama mortal logran sobrevivir, al parecer, sin lamentos aparentes.

El «árbitro de la paz» se llama casualmente, Ángel. Lanza una charla hacia las gradas tras conversar primero con los alevines. Inculca un soplo de aire fresco entre las formas prosaicas de la furia futbolera. Y con tanta paz como se respiraba, hizo aflorar en mi mente desorientada una melancolía de infancia perdida. En uno de mis habituales impulsos, abro el armario esquinero de par en par, elijo un delantal de cuadros blanquinegros de mi madre ideal para cocinar, y me pongo a ello. Hice caer el nudo trasero unos centímetros; quizá con el secreto deseo de que vinieras a deshacerlo. Qué ilusa y qué tontaina. Al enfundármelo, sentí el gesto de mi rostro más confiado, menos adusto y más emperifollado; como si llevara puesto un bigote postizo.

El brío inicial apenas me duró una hora. Lo que dura la lujuria prematura que termina en tediosa obligación. Y como mi sed de amor que se convierte en aspereza eterna, cuando no estás.

Mirando la tele de soslayo y a distancia, veo que Alok Sharma clausura la Cumbre del Clima llorando y no me extraña. La realidad es, que las expectativas eran altas y no se cumplieron ni por asomo. Mas esas adversidades, también suceden en otros asuntos que no vienen al caso. Me hierve en el cielo del paladar el deseo de justicia, en el que de jovencita puse tantas esperanzas.

E igual pasa con la izquierda de este país, que no se comprende el precio tan elevado que tiene que pagar a cambio de su voto de apoyo incondicional. Ora pro nobis, le digo a don Arnaldo, parpadeando varias veces sin connotación alguna. Su nombre no me sabe a hierba; me sabe a bruza.

La amnesia histórica es angustiosa y da lugar a un Tribunal Constitucional tan desprestigiado, como una corrala casposa de antiguo mercado. Ni las paremias santurronas de sacristía podrán salvar ya, su nefasta fama ganada a pulso. Y para principal inri, sus señorías asen a toda prisa los bolsos y carteras de Louis Vuitton y salen dando un respingo, del Parlamento de Madrid. Las sombras de sospecha se me disparan. Puedo ver a los crepúsculos formando horizonte y a los bajeles faenando llagas. Y me llegan los soplos de aliento fresco desde el exilio, de Peri Rossi. En el interior del armario alabeado hallo un collar largo de olivino, que me traje de Canarias hace ya varios años. Y la humildad me obliga a seleccionar las postreras palabras. Focalizo toda mi atención, en soñar con un mundo nuevo y feliz; como dice la canción. No es tarea nada fácil, si una cuenta con una sombra peleona y sin embargo, frágil; frágil y endeble como una caja de cartón de embalar, que se empapa con cuatro gotas de lluvia, mal contadas.

Me sigue pareciendo el peor de los tormentos: la soledad sola entre las sombras.

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