La columna de Ana Mª Bayot

NO EXISTO

Me paso la noche tosiendo. No me siento nada bien. Determino finalmente, tomar el autobús de las ocho y veinte para dirigirme al hospital. Muy moderno. Con los asientos tapizados en rojo y gris, la actividad frenética de las personas que se dirigen a su laboro diario, se deja notar. Nadie repara en mi presencia. Normal; tras el pañuelo en la cabeza, las gafas oscuras y el atuendo entero de negro como un cuervo. Visto así por pura casualidad. No ha sido premeditado. Tomo un periódico que se han dejado olvidado en un asiento y lo ojeo. A veces tengo la impresión de que no existo. Leo, sin embargo. Eso ya es buena señal.

En Yemen una mujer es encarcelada por guapa y en India venden una solución de agua y sal al precio de vacuna contra el Covid.

Los de Vox siguen usando la verborrea orgiástica, a la que nos tienen tan acostumbrados, para denostar a sus opositores y a sus publicaciones; me recuerdan más de lo que quisiera, a lo que ocurrió en la sede de Charlie Hebdo. El PSOE bastante tiene con librar una batalla contra los que se muestran reticentes a cumplir con rigor las directrices europeas de salud y luchar contra el consumo abusivo de carne. Y se plantan los ganaderos en pie de guerra. Cada uno mira por lo suyo. Lo compensa recobrando Granada vuelvo a mi hogar, a lo Miguel Ríos. Queda totalmente prohibido prohibir. Sobre todo ahora, que ya tenemos un paraíso fiscal para los coches. A J. L. Moreno le imponen el doble de fianza, por si acaso le da la ventolera y se pira dirección Sebastopol, sin despedirse.

Y entre tiroteos y ráfagas, tiro porque me toca jugando al parchís. A lo del presidente de Haití, se suma lo del periodista neerlandés. Pataleo y me remuevo, cuando menoscaban la palabra libertad: tan grande, tan bella. Me paro y miro hacia arriba, hacia la cúpula de la iglesia renacentista de mi pueblo: es imponente y hermosa. Salpicada de agujeros de obuses, las profundas grietas le quedan como picadas gigantes de viruela en la fachada. Como telas de araña, sus ramificaciones. Deambulando parque abajo, me quedo lela en la contemplación. El reloj de la iglesia andaba con cierto retraso.

Oigo mi nombre como en sueños. Me encuentro medio adormilada en la sala de espera de urgencias. Un hombre con acento francés, dice que se quiere marchar y que en su pueblo, hay menos restricciones. ¡Liberté, liberté! grita. Le miro con mirada torcida porque también dicen que no deben viajar a España. Renegando y maldiciendo, consiguen aquietarlo hablándole en valenciano castizo. Se produjo un conato de pelea seguido de un clic que sonó siniestro, junto al solapado estufido del enfermero de guardia calmando los ánimos. Les amenazó a los dos actores con sacarles camisas de fuerza, que de ésas andaban sobrados. Uniformes no les quedaban. Ambos las rechazaron. Y vuelven las restricciones por orden judicial.

Me atiende un presunto doctor en la zona de triaje. Bata blanca sí que llevaba y estetoscopio y barba de dos días, joroba ingrata y boca diezmada de dientes. Me atiende con corrección, pese a los temblores. Tarda un montón en encontrarme la vía. Estoy deseando escapar. Me asignan el número 149 en boxes, sin ser Alonso. Tengo la misma sensación que antes: no existo. Igual que los dos mil inmigrantes fallecidos en la ruta canaria. Nadie los menciona.

Por hacer algo retomo el cacho de periódico y regreso a la lectura con la vía ya puesta. Me lío. Intento ocultarme tras los cables y el aparato que hace bip-bip. De cuando en cuando, alguien pasa y levanta la sábana contemplando mis vergüenzas. La circulación de personal es espaciada. Como en caravana. Batas verdes y blancas. Escuchaba toses y lamentos. Y soñé en un árbol imponente como el que vi ayer en un parque. Abigarrado de raíces que iban cada una en su propia dirección.

Todos hablan del encuentro “amistoso y agradable” de Puigdemont y Junqueras. Si estuviésemos jugando a verdadero o falso yo me inclinaría por la segunda opción. Y mientras tanto, dejamos que entre la bestia africana. Y detienen a dos chicos más por la agresión bestial de Samuel. Y veo su carita dulce, por todas partes.

Casado se cabrea con la iglesia y con el mundo y González Pons, se desmarca de la disciplina de partido. Malote. Casado vuelve a decir que los ha nombrado a dedo, ¿conoce alguien de su proceso de selección? A dedo señor Casado, a dedo. Se reúnen Ayuso y Sánchez y no más darse la vuelta el presi, lo pone a bajar de un burro. Hay que ver lo que hacen quince minutos de fama. Por eso le corre prisa a la presi convocar elecciones. Quiere aprovechar el tirón. Sube el repunte de contagios por la mala cabeza. Cada vez más jóvenes. Ah, y no esperen Juegos Olímpicos al paso que vamos.

Y se producen cambios importantes en el Ejecutivo. Toma de posesión de los cargos del nuevo gobierno, más moderno, más joven, más feminista. Están los que ejercitan el derecho de patronato pepero, que trinan. Y felicito a Edgar Morin por su centenario y le pregunto que a qué es debida su bienandanza longevidad. Me responde con pacífica sonrisa: “Conocer mejor, pensar mejor y vivir mejor”. Frente a tanta seguridad, no me atrevo a refutar nada en contra. Y siento que yo, ante tanta grandeza, no existo.

Esta vez viene un doctor de verdad. Eh, que no digo yo que el otro fuera falso; pero me lo cuestionaba seriamente. Me mira fijo y me dice en tono amenazante: «No te irás de aquí, sin mostrarme las uñas de los pies que se ocultan tras esos calcetines de ositos, tan monos». Si lo que quería era arrancarme una sonrisa, lo consiguió. Tras el episodio teatral de hace apenas un segundo, se transforma con semblante serio y saca su lado más profesional. Ahí es cuando se descubre el auténtico doctor Larrauri. Y ahora que estamos solos, ¿Qué prefieres saber primero, la noticia buena o la mala?-me pregunta.

No sé qué contestar. Hago como que no existo y me introduzco bajo la sábana.

Print Friendly, PDF & Email