La columna de Ana Mª Bayot

SAUCE LLORÓN

Necesitaba estar un rato allí, sola y a oscuras, para poder pensar en mis cosas tranquilamente. Sólo los objetos inanimados me comprendían; se dejaban acariciar, se dejaban querer con o sin pasión y nunca me devolvían las caricias entregadas a cuenta. Acompañé a mi tía al hospital. A regañadientes. Aparqué lejos; donde pude. Las personas mayores apenas entendían nada; eran hirientes, autoritarias y tenían púas como los puercoespines en lugar de pelos. Eso al menos es lo que decía mi hermana como excusa, para endiñarme la encomienda. Me llevé un libro pequeño y encendí la radio para entretenerme, mientras esperaba. Dejé mi coche bien aparcado bajo la cobijadora sombra de un sauce llorón.

“Los dictadores de cerca, dan miedo” dice Carlos Wesendorp; el que fuera ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de España. Como político, diplomático y jurista, sabe bien de qué habla. Lo aplica a varios ejemplos que pululan todavía en este mundo, que se presupone progresista. A estas alturas de la película, todavía existen en el globo 53 países que se rigen bajo la batuta dictatorial, según The Economist. Y algunos de esos países los tenemos bien cerca. Mas estén éstos lejos o cerca, siguen dando el mismo horror. ¿Qué pasa con Orban que está toreando a la UE pese a los intentos de veto? ¿Y qué me cuentan sobre Bielorrusia, de la que ya he hablado en otras ocasiones? ¿Y Pekín, que cierra a la fuerza su último reducto de prensa libre? Pero, no le quitemos ojo a China; que esa nación milenaria, mira con ojos de águila a África. Con ojos de follonía me miran a mí los granos, la dermatitis seborreica y las pústulas, que ni sabía que estaban ahí, tras quitarme la mascarilla. Me podré pintar los labios, por fin. Y sonreír y sacar la lengua, para que te enteres de lo que vale un peine. Ahora que vuelven los viajes del IMSERSO. Y brotan como setas los radares más sancionadores de Madrid y Málaga.

El Piscis 6 sigue con su insistente y encomiable acción de búsqueda, por todas nosotras. Pero ¿Qué pasó con Waafa? ¿Y con Valery? ¿Se saldrá con la suya el monstruo, aunque esté muerto? Y lloro. Y Garamendi me acompaña en mi llanto. De un “pacto entre españoles” habla el ministro de justicia, apelando a la cordura. A Morocho lo intentan destinar a Tombuctú o a otra galaxia sideral, por destapar el pozo de inmundicias de sus superiores. Imputado el jefe de Iberdrola. Mcfee elige la muerte; antes que acabar acribillado a balazos, a manos de los francotiradores de la Avenida de Sarajevo. Bajo un sauce llorón lo entierran.

La FP flota como las algas, por encima de la carrera. Y nuestros jóvenes continúan haciendo el canelo con celebraciones descontroladas, como si no hubiese un mañana. Detrás de esa ficticia diversión, parece haber un trasfondo de sustancias. Afortunadamente, no es una actitud generalizada. Pero acarreará consecuencias; y no pienso acabar con un ya te lo dije. Me enjugo las lágrimas con el trapillo de limpiar el polvo; que la paja, ya me la sacudiré a patadas. Yo quiero que me acoja en sus brazos una empresa eléctrica, que dicen ser muy cariñosas.

Me aturrulla la aventura amorosa de Sam, el político inglés; más típico de corruptela de opereta. Un beso en el ascensor tuvo la culpa, tonto. Lo paga con dimisión automática; igual que aquí. Más me aturra, el listado de morosos famosos del 2021. Lo más curioso es que muchos no pagan al fisco, porque no les da la gana.  

Y me quedo patidifusa y consternada, cuando me llega la factura de la luz y pago, claro. Como el sauce llorón me quedo. Dicen que la bajarán un diez por ciento. Ya veremos, dijo un ciego.

Las baladronadas de falsilla del actual dirigente del PP ante sus acólitos destilan un leve tufillo de temor a ser engullidos por quien le sigue a corta distancia, pisándole los talones: Vox. A ver quién suelta más burradas. Y cada vez aumenta más el grado de ebullición, dando lugar a conferencias deplorables como la del expresidente. Sentí vergüenza de escuchar tanta patraña. Todavía tiene poder el del bigotillo. Le hace la cunita a su potrilla ganadora. Se echaron miraditas cómplices, sentados en sillones orejeros, mirando a la balaustrada.

Salgo del coche intentado respirar, pero resulta que estamos en plena calima. Me quedo pensando en mis cosas y me asalta una nube de antellas. Parece mentira que no hayamos aprendido todavía que lo que remedia la irreversibilidad es la facultad de perdonar. Oiga, que no lo digo yo; que lo dijo Arendt, de quien admiro sus inteligentes postulados. Esto es aplicable al Procés. Ahí lo dejo. Ya vendrán posteriormente las consecuencias, si incumplen con lo pactado. Se vislumbra una rendija que deja pasar algo de luz.

Me asalta la curiosidad por conocer el listado de improperios que encerraba la carta de amor de la embajadora española y que luego remitió a nuestra Fernández Laya. Tomen nota: “…es apenas un reflejo de una política injerencista, intromisora, maleducada, malcriada, caprichosa, desvitalizada y servil, de sometimiento al yanqui invasor”. Incluso se atreve a opinar sobre nuestra política democrática nacional, referente al Procés. Eso sí es una injerencia. Un ínfimo conocimiento en Derecho Internacional, se lo hubiera dicho. Pero no menciona nada sobre lo de que sus fuerzas policiales y paramilitares, han acabado con la vida de 350 personas, han herido a más de 2000 y tienen encerradas en sus mazmorras o han provocado un exilio forzoso, a más de 100.000. Mutis por el foro en ese aspecto.

Me alegra saber que se contempla el Ecocidio por fin, como un delito ecológico. Pero opino que con excesiva tibieza. Véase lo del Prestige, que se ha quedado encallado en una mera reclamación de tipo civil. Y nunca mejor dicho y con perdón, por la absurda redundancia. Refunfuño por lo bajini. El aborto deja de ser delito en Gibraltar. Entra en vigor la Ley de Eutanasia. El país no se paraliza a pesar de la pandemia y pese a quien pese. Prueba de ello, es que se continúa activando todo tipo de leguaje y no sólo el habla. Véase el despliegue de velas escarlata en San Petersburgo o la subasta del Romance de Lorca. Ojalá yo lo hubiera podido comprar. Pero no me alcanza para pagar los 48.000 euros que costó. Y me vuelvo a casa por el arrabal dando un rodeo.

Mi tía ya sale del hospital exhalando un leve aroma a desinfección. Pasamos a recoger mi auto color cereza reventona del Valle del Jerte; contemplo con desidia el techo, completamente plagado de cagadas de pájaro. Le pregunto que qué tal a tía Juana y me responde encogiéndose de hombros. Nunca fue muy habladora. Sin más cháchara festiva, retiro mi coche del acogedor lugar bajo el sauce llorón.

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