PEQUEÑECES
Hace tiempo publiqué un relato titulado: “A la playa y olé”; que sin querer me viene hoy a la mente y cobra plena vigencia, cuando veo por azar en televisión, al responsable del ayuntamiento de una localidad costera del sur: cuadriculando la superficie de la arena de la playa para uso y disfrute de cada usuario, asignando bolardo y número. En la de Sanxenxo, nueve metros cuadrados. En Granada, están en ello. ¡Qué tiempos aquéllos! ¡Cuánta felicidad! En mi época gloriosa zanjábamos la cuestión a sombrillazos y boinazos, para conseguir el mejor lugar en primera línea de mar. Apostada en el balcón masticando indolente una tostada, veía pasar cada mañana a las ocho en punto a un numeroso y nutrido grupo de miembros de la ancianidad, en fila india, correteando presurosos, con pasos renqueantes, esmirriados y henchidos de locura y desasosiego; que iban cargados hasta la bandera, ejerciendo de asomo de avanzadilla y ocupando el primo lugar de la orilla en pro de sus nietos; cuyos cuerpos desparramados permanecían tirados en el apartamento, hasta rozar el mediodía: a la sombra y bien fresquitos. Mientras los jadeantes y solícitos yayos, extenuados por la carrera, plantaban el parasol bien anclado y extraían de un periódico envuelto en plata, un apestoso y grasiento bocadillo, con el fin de engullirlo más tarde para recobrar fuerzas; por si se presentaba de súbito, alguna otra contienda. Siempre la había. Pero eso ya es otra historia. Pequeñeces.
No me parece descabellada la estrategia de Escocia de los Rastreadores, que ya han adoptado otros países. Me sonaba al principio a propaganda de perros antihéroes arrastrándose por el suelo, nalgas en pompa. Pero no. Consiste, en buscar todos los contactos del paciente infectado, como en una agenda personal. Fulanito amigo de Menganito y sobrino por parte de madre, de Zutanito. Me da un poco de miedo tener la vida tan intervenida. Imagino que dependerá de cada cual y de lo que tenga que ocultar; no sé qué pensar. En último término, todo se acaba sabiendo y nada escapa a la luz de las conciencias despiertas y sensitivas. El estrangulado confinamiento, ha transmutado mi concepción de la vida, de forma ostensiva y radical. Dejando aparte los facilones, obsesivos e inanes soliloquios, mantenidos con mis plantas, la cosa ha ido a peor cuando me entero de que el CSIC estudia el comportamiento del sospechoso patógeno en las aguas: sean éstas saladas, dulces o fecales. No se salva ni el Tato del escrutinio mordaz. Me tiemblan las rodillas, cuando oigo hablar del Room Rater o analista de los espacios del decorado: dícese de lo que capta el ojo de la cámara, cuando hacemos cualquier video-llamada. Ya, si se tercia, hablamos otro día de esto. Cuando trate de poner algo de orden en mis ideas. Pequeñeces.
En el parlamento de Andalucía todos sus miembros votan sí al Pacto de Reconstrucción, excepto Vox. ¿Por patriotismo, quizás? Suerte de acrobacias parlamentarias de baja estofa, más bien. En Utah (EEUU), que está a tiro de piedra como quien dice, la policía detiene a un conductor que iba haciendo eses por la Interestatal. Al bajar del coche, no sin cierta dificultad, ven que se trata de un niño de unos seis años. Alega compungido, que se dirigía a California a comprarse un juego nuevo que había salido a la venta, dos días antes. Tres dólares y cincuenta centavos, llevaba el imberbe en el bolsillo. Y digo yo, ¿No estaremos deseducando a nuestros hijos, en el mundo absurdo del consumismo obsesivo y contumaz? Otro niño que ni comparativa tiene con ningún otro, es el apodado “Billy el niño” que ha muerto esta semana, víctima del coronavirus y no del garrote vil. Y con las cuentas para con la patria, en números rojos. Todo no puede ser tan malo. Se consigue un acuerdo unánime e histórico entre los agentes sociales del país: Ministerio, Patronal y Sindicatos. «Extendamos la vigencia de los ERTE», propusieron. Sin guirnaldas ni farolillos. Y polémica monumental en Madrid, por la dimisión sin firma de la directora de Salud Pública. Y comparece la Presidenta de la Comunidad, para dar exiguas explicaciones. Hace un par de días defendía el paso de pantalla, como si fuera un juego de rol. Los políticos y sus asesores, se zambullen entre las teorías mínimas de Rike. Y unos y otros llamándose payaso; vano insulto para el noble arte de hacer reír. La indigencia espiritual, resulta mucho más trágica que la pobreza material.
Pobre celebración ha habido también del Día de Europa, a pesar de que hace ya setenta años de tan importante Pacto. La UE nos demanda de nuevo: valentía, confianza y solidaridad. ¿Seremos capaces de responder como se espera que hagamos? Y no es que haya tenido culpa el Cumulomnimbus; que tan sólo ha aportado un viento racheado y desapacible. Con las melenas lacias provocadas por ese mismo viento, y cabalgando sobre una moto acuática a toda leche, Bolsonaro se divierte como un orate desafiando a la amenaza del virus, cual pistolero de poca monta; sirviendo a su propia población, como paradigmático ejemplo de idiotez y sinrazón. El máximo dirigente catalán en cambio, equipado con parecido volumen capilar y haciendo gala de su habitual simpatía y saber estar, aboga porque las mascarillas sean obligatorias.
Me escabullo de mis quehaceres domésticos por ver si investigo algo más sobre los Rastreadores; que siempre me los imagino con máscaras negras y levantando el vuelo. Pequeñeces de mi imaginación calenturienta. Pero no. Las máscaras de los antihéroes de ficción, han pasado de moda; ahora se llevan las mascarillas. Se llevan y se deben llevar. Y sospecho que para mucho tiempo.