La columna de Ana Mª Bayot

TIEMPOS CONVULSOS

Desde bien pequeña, me ha sido siempre muy fácil desaparecer. Dado que mi estatura junto a mi estructura ósea, se desplazaban al unísono, no me fue demasiado complicado pasar desapercibida; esto es, ser invisible y sin esfuerzo. Se me trabó el crecimiento a los catorce, creo. Menuda y todo, tracé garabatos hasta en un manto de ascuas y no me arrepiento. Esa dulce soledad que me rodeaba y aún hoy me rodea, me ofrece la opción a fabular historias de toda índole. De ahí me viene mi inventiva fantasiosa y bullidora, perfectamente capaz de lidiar contra escurridizos fantasmas, pérfidas madrastras, audaces espadachines, perversos truhanes e incluso, contra el diablo cojuelo si se tercia. Cada uno en su aprisco. Tal y como me disfracé de reina maga, para ocultar los regalos de mis hijas, quisiera ser capaz también de narrarles acciones gloriosas protagonizadas por ellas mismas. ¡Mira, mamá, el caballo con alas, seguro que esta peli te gustará! Exclama mi hija pequeña, con ojos brillantes de emoción. Lo mismo le decía mi madre a la suya, cuando veía aparecer al león de la Metro sobre la pantalla blanca del cine Eslava, plagada de bichos aplastados. Cuando yo todavía era un ser invisibley nonata. Eran otros tiempos, sin duda. Tiempos convulsos, como los que ahora nos amenazan.

Mientras veo llover a través de la ventana, me río de las nubes y me digo por lo bajini, que caminaré entre las gotas de lluvia y danzaré sobre un lago azul en calma, rodeada de nenúfares amarillos. Con el corazón en las tinieblas como Conrad, lo mesuraba bajo la ventana del tragaluz y frente al televisor, mientras realizaba los ejercicios diarios de Mizoguchi; intentando recuperar una elasticidad que nunca poseí y convenciéndome a mí misma, de que todavía sería capaz de hacer varias cosas a la vez. Tan obtusa me hallaba, refocilándome en mi propia vanidad, que apenas me di cuenta de las escaramuzas insurgentes del Capitolio americano. A vista de pájaro, se les veía como insectos desorganizados armados hasta los dientes y el modo en que los insurrectos se colaban por las paredes y ventanas del Senado; unos cuantos (al principio, pocos), para después aumentar en número y en nivel de chapucería. Trump, tras consultar con su consejo de sabios, envía un mensaje a los suyos con estudiada tibieza, pero manteniendo un aire de suficiencia, arrogancia y concediendo nula credibilidad, a sus intentos por calmar tempestades. Se mantenía dentro de su malsana idea de la que sufren los mandatarios soberbios, empecinado en manifestar a voz en grito que le habían usurpado la victoria electoral. Me recuerda a otros líderes catalanes del pasado reciente, no sé por qué. El «España nos roba», sin ir más lejos. Mas, pronto, veríamos un viraje como cuando una embarcación hace aguas, mientras en Europa retozamos con la nieve al cuello. Me sumo en la melancolía, mientras veo aproximarse tiempos convulsos a hurtadillas y de reojo.

Eché a correr huyendo de la lluvia, cuando aún tenía fresco el murmullo de Trump en un pasillo congresal, arañando votos, a base de extorsionar, como un matón de los bajos fondos. Fue grabado lanzando amenazas a un congresista. Ante las cámaras Yellowstone Wolf aboga por un nuevo orden político y social, ataviado con cornamenta de bisonte y mostrando el vello pecho lobo, lanzando insufladas proclamas. Jake Angeli, que es su verdadero nombre, dice ser un enviado especial de Quanon como mesías de fundidas luces.

Más de mil agentes de la Guardia nacional, penetraron a poner orden arma percutida en ristre, al recinto pilar de la democracia (tarde, mal y nunca, diríamos en leguaje íbero y castizo). A las dos de la mañana, se reanuda la sesión. A mí lo que me preocupa es lo que hará este descerebrado, hasta el relevo efectivo; sabiendo que todavía tiene en sus manos la concesión de amnistías a tutiplén y sin despeinarse en pro de sus conocidos, amigos y allegados (Dios, cómo me gusta la palabreja). Más la llave del botón rojo. Además está pendiente, si el rubiales soberano se inclinará por llevar adelante el Impeachment o el artículo 25; cortejar a la borrasca Filomena; contratar a Assange a media jornada; o, en última instancia, apadrinar a Kim Jong-Un para que le remede el QR, mientras le convida a su plato favorito: Almejas cocinadas con gasolina. En estos tiempos convulsos, se barajan varias hipótesis. A bote pronto, las empresas tecnológicas ya han tomado sus medidas: retirando de sus tiendas, todos los productos propiedad de la empresa Trump y blindándole el acceso a Twitter a cal y canto. A los terroristas domésticos e insurrectos, les espera una buena regañina; pues la implacable justicia americana no se anda con chiquitas, a pesar de que compartan lo del gatillo flojeras. A la vuelta de la esquina, Trump condena con la boca pequeña la violencia del asalto. Su colega de ideales, le tira fuertemente de las orejas: “niño deja ya de joder con la pelota”, le dice la Le Pen con aliento a Chouchen. Tan espinoso asunto, provoca dimisiones, dinamitando altos cargos como las torres de marfil en un tablero de ajedrez. Veremos.

No sé si invitarles al macro concierto de Jay Santos para animarles del fiasco electoral. Caliente, caliente, me dice el muchacho asomando tras el mandil de su madre, me canta que sí, que en cuanto le dejen salir del trullo, dará un recital. En el país proliferan las salidas a la sierra para retozar en la nieve. Las colas son más largas que para hacerse una PCR. Menos mal, que estamos en pandemia. Si hace unos meses nos lanzábamos en tromba en busca de la vacuna perdida, ahora que la tenemos aquí, competimos por ver quién la pone más rápido y mejor. Esto es un sin vivir. A conocidos, allegados, transitorios y a miembros activos del ministerio sacerdotal, que pasaban por allí, se les ha vacunado; tan sólo mostrando la filiación de empleados públicos de la Residencia: El reposo del crepúsculo ¿Trato de favor? ¿Aprovechados? ¿Se vacuna a quien no se debe? Continuará. Setecientas y pico personas congrega un funeral en Tarragona. Hay que ver cuán querido debía ser el finado. Son tiempos convulsos para celebraciones; entérense, capullos. Para compensar los preludios de gozosas celebraciones futuras, se firma la pax gitana. A la fiesta acude un inspector de policía, amigo de la familia, disfrazado de reputada lagarterana. Fue identificado al instante por sus colegas, por lo inadecuado del atuendo y por una dilatada carrera en la media enseñando pelambrera. Conducido a calabozos esposado, los agentes le hicieron cantar por soleá, a base de porrazos en la testa. Pienso que la gente todavía no se da cuenta de las graves secuelas del Covid-19. Entre las menos graves, se encuentra la anosmia o pérdida del olfato. Oliver Wolf Sacks, neurólogo y escritor de la obra Despertares describió algunos de los síntomas, cuando aún no eran tales.

Estampo un sonoro beso en la frente a cada una de mis hijas, deseando que no tengan que vivir tiempos convulsos aún peores. Y les digo en susurros al oído que sigan conservando en el recuerdo, las historias fantásticas que les cuento. Y las arropo con arrobo, cuando se sumergen en sueños de melocotón y miel.

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