La columna de Ana Mª Bayot

NI POR EL FORRO

Me pongo presta a forrar los libros, como hago siempre que me doy el capricho y me regalo obras nuevas. Hago constar así ese certero sentimiento de propiedad que me inculcó mi madre. En la primera página, con la letra redondita y menuda, como toda yo; y, tras aspirar sus efluvios novedosos con deleite, estampo todos mis nombres para que no quepa duda. Tres, son tres; apellidos incluidos. He dicho en la primera página, melón. Farfullo entre dientes, como si me dirigiese a un hijo mío que nunca engendré; y que, en consecuencia, ni existe, ni me obedece. El termómetro suspendido de un clavo oxidado en la galería, dando golpazos contra la pared enladrillada, me recuerda con feroz insistencia que hace una mañana ventosa típicamente otoñal. Pum, pum, pum. Salgo al balcón. Saludo a mis plantas con ademán respetuoso. Aspiro el aire frío y huele a hojas tiernas de mandarina, en pleno diciembre. Sonrío contemplando el último regalo de Reyes del año pasado: un dedo corazón tieso y muy largo; deduje en su día que quizá fuese, para ensamblar anillos. Acerté. Volví a sonreír con rictus amargo recordando y pensando que tristemente, este año, ya nada iba a ser igual. Ni por el forro lo será. A lo largo de mi vida coloqué tildes donde no debía, utilicé demasiados puntos suspensivos cuando no tocaba y erré el tiro en demasiadas ocasiones. Pero siempre tuve la suficiente dosis de imaginación para evadirme, ascendiendo por las escalinatas de mármol en un palacio de mentirijillas, luciendo oropeles; pese a que la superficie de mi pequeña galería, mide la irrisoria cifra de medio metro cuadrado. Mi ventaja es que yo, como los ciegos y los poetas, puedo incluso ver en la negrura, si cierro los ojos con fuerza. Pongo la radio, que siempre me hace compañía.

El “referente para Europa” de Ayuso en la inauguración del nuevo hospital, inevitablemente me recuerda, al aeropuerto sin aviones del abuelito Fabra. Con la sutil salvedad, de que en éste no hay sanitarios, ni médicos; ni especialistas; ni personal de limpieza; ni celadores. Ni por el forro dejaría yo que me ingresaran, en este matasanctorum. Perdón, por el lapsus de neologismo metafórico. A las puertas se concentraba la marea blanca para recordárselo. El Alcalde Puente, se mete en un follón; ya ves, por un yate y un contrato. El gracejo de Sevilla no tiene parangón. Dos sujetos sustraen la imagen sacra de la Hermandad de la Fe, y la voluminosa figura se las trae por su grandeza y magnitud; por lo cual, deciden posarla en un lado, hasta conseguir una carretilla para transportarla. Entre ponte bien y estate quieto, uno de los dos cacos pulsó la alarma sin querer. Al ver que no aparecían las fuerzas del orden, los malhechores deciden regresar una vez conseguido el artilugio para el transporte de la grácil santa de ochenta quilos. Cien mil euros consiguen en el mercado negro, por la pingüe y obesa figura. Mientras esperan acontecimientos postreros, un puñado de mujeres rumanas se les aproxima, usando la maniobra de la mimosa, con carantoñas varias y asegurando ser allegadas. No cuela. En respuesta a sus insinuaciones fraudulentas y sospechosas, ellos alegan estar esperando el bus cargados con el voluminoso paquete. Ni por el forro se lo creen las otras. “Aquí no pasa nada” dice el bailaor Amargo, una vez puesto en libertad provisional. Y sigue en cartel «Yerma» para poder afrontar los gastos de la fianza; ya que el bailaor dice, que anda “justito”. Averiguaremos la importancia de llamarse Ernest, con la nueva borrasca.

Después del escandaloso chat militar de la vergüenza, se hace público el comunicado del Jefe del Estado Mayor del Ejército, ratificando su compromiso formal con la Constitución Española. Esperemos que no se derrumbe como el Observatorio de Arecibo, en cuyo haber contaba importantes descubrimientos.

Despuntaban las luces del día cuando conseguí dormirme, sin que me visitasen imágenes desagradables de la orgía gay de Szájer y sus amigos en pelotas trepando por la cañería. Hoy no me pueden alegrar los almendros en el huerto, por gélidos. Aunque acudan a mi mente frases sopladas al oído pronunciadas por mi Jordi. Debo deshacerme de este lastre. Me lo dice mi psiquiatra nuevo, en la primera sesión. Parece majo. Le consulto si tiene algún sentido, que sienta esa extraña fascinación por las palabras con doble erre. Me pide un ejemplo y le suelto la primera que me viene a la punta de la lengua: almorrana. Se encoge de hombros aguantando la risa. Me pregunta que qué siento. Me extiendo y le confieso, imbuida por un extraño ataque de comunicación y expresividad, que estar con él o no estar con él, supone la medida exacta de la totalidad de mi tiempo. Levanta una ceja y no dice nada. Al poco, me dice el doctor que son 55 euros. Ni por el forro me esperaba tal cantidad. Le pregunto su nombre antes de marchar y me dice que Segismundo Plómez. Tiene cara de eso, me digo.

A mi regreso me encuentro con el inquilino del tercero tapado hasta las cejas; y eso que la temperatura, es aún suave. Es militar retirado y me transmite que se siente avergonzado; pues los rumores de alzamiento, son cada vez más insistentes. Le digo que tranquilo, que eso no es posible que suceda. Nuestra sociedad ha cambiado mucho, don Justo –Intento tranquilizarlo. Aunque sea fruto de una coalición -prosigo-, permanecerá fuerte ante los energúmenos adoradores de El Irrepetible. Por intentar cambiar su semblante, le ratifico que este gobierno ha paralizado los desahucios. Parece suspirar de alivio. Me pregunta qué sé yo de los allegados; le respondo sin dudarlo: usted, por ejemplo. Se queda patidifuso. Tras inhalar ruidosamente un insufle de Atrovent, parece relajarse. Me cuenta en confianza, que conoció un caso curioso. ¿Quieres que te lo cuente? Le hago un gesto afirmativo. No tenía mejor cosa que hacer. Por referencias porteriles, sabe que mi curiosidad no tiene límites. En Haninge (Suecia), me dice, han encontrado a un hombre encerrado por su propia madre en una habitación, durante veinticinco años. Ante mi expresión de espanto, él cabecea reafirmando. Yo le susurro al oído que Giuliani se tira pedos, en audiencias oficiales; quizá, como compensación al dramatismo de su caso. Y rompe a reír escandalosamente mostrando su boca vacía de dientes. Tras nuestra competición de barbaridades insulsas, nos retiramos cada mochuelo a su olivo, con la firme promesa, de juntarnos en Navidad; antes de que se prohíba, a golpe de decretazo. Ni por el forro me lo perdería. Son aprobados los PGE por una mayoría holgada. Se produce el encendido de luces de algunas capitales; no en todas. No está el horno para bollos, ni para electrocuciones. Menos mal que las ejecuciones hipotecarias, caen un 29%.

Me imbuyo de cabeza en el universo de las pestañas húmedas, de la emoción. Mentiría si dijese que pensaba en Jordi, en esos momentos. Y soy consciente de que enfermaré gravemente, estos días de nostalgia; mas no por el caballerete inventado al que bauticé Jordi, sino por otros sinsabores orquestados por los silencios infinitos de las noches vacías. Ni por el forro lloraré; pues tengo la esperanza, de que siempre habrá un mañana diferente, con otro acento, con otra pronunciación; con una herida sangrante, que nadie adivinó.

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