La columna d’Ana Mª Bayot.

Ana Mª Bayot

PIJOS Y MERCACHIFLES

Todavía tengo los ojos llorosos y la voz temblona al contemplar la portada de una revista a toda plana con la estampa de una mujer enlutada medio despeinada, sin maquillar, con visible ausencia de manicura y al parecer, iluminada de soslayo por un candil a medio gas. Me recompongo como por arte de magia, al ver el tierno intercambio de lisonjas entre el expresidente y su pupila, y ahora mártir, la presidenta de la Comunidad. Dudo que sobreviva con la imagen impoluta tras este episodio. Ejemplo de gestión, dice. Casi me da un pálpito. Y lo que rebasa el colmo de la estafa legal de mercachifle: el apartamentito de lujo para confinarse; que sí que no. Los populares presentan la triste imagen del bandolerismo de Pancho Villa. Y para compensar el entuerto, la susodicha se querella contra la defensora del paciente. En medio del desconcierto, me quedo mirando las hernias políticas en las que se sostiene este país; las cuales, ahuyentan en lugar de atraer e interesar a los ciudadanos curiosos y preocupados por el devenir de los acontecimientos. Y para poder pasar ese mal trago, decido brindarme un opíparo desayuno intentando calmar mi ansiedad. Me siento como el niño que cabalga a horcajadas, sobre un caballo de cartón. Así de inestable.

A la hora del sesteo bucólico, decido centrarme en el reportaje de la cría de salmón: un pez de apenas un gramo, que recorre distancias enormes para dejar en el nido su descendencia; y mientras mueve su colita, se me escapa un ronquido. Mal asunto, si empiezo a desbarrar de este modo.

Y mientras Bruselas recomienda una tímida apertura al mundo sin fronteras de nuevo, unos cacos listillos en Sevilla intentan atracar un banco a pedradas; otro ciudadano, al que le dan el alto en un control -de iluminaria mental similar-, alega pertenecer a servicios esenciales, portando encima un cargamento de cocaína y hachís. Mostró, al ser detenido, una ínfima parte de sus destemplados modales a patada limpia. Un confinado de pro decide ir a por setas desde Madrid hasta León. Alega a la autoridad que la temporada es breve. En la otra punta de la ciudad, barrio de Salamanca, la gente pija se manifiesta ataviada con banderas a modo de capas y tocadas con fulares Chanel. El servicio doméstico les hubo de prestar sin contraprestación las cacerolas, para hacer mayor ruido; mientras Remigio Cienflores de la Pedanía Noble, mesándose los cabellos y pertrechado con el palo de golf más hollado y oxidado que encuentra, golpea una señal de tráfico con elegancia; aunque quizá con una pizca de ira desmedida. Su perrita Fifí le tira de la pernera excitada por la algarabía. Lo acontecido, sin proveerse de mascarillas ni guardando la distancia recomendada; que son de la jet y esas cosas del populacho, no les afectan para nada.

Fue un día memorable la jornada festiva de san Isidro. En lugar de marcarme un chotis como sería lo lógico y cabal, me entretuve recopilando frases memorables que venden nuestros políticos agudos y bien pensantes de éste nuestro país, y sus variadas estrategias dialécticas para no decir nada. A saber: el empleado que cuida el campo de golf manifiesta airadamente, que cada cual debe cuidar de sus propias pelotas y que ya está harto de doblar el espinazo para recogerlas. El CSIC le apoya. Hasta ahí, queda claro; luego, quien se supone componente honorario de la izquierda paleolítica, introduce un nuevo concepto en el lenguaje zurdo: Patriotismo Fiscal; y va y le responde con su gracejo usual, el presidente de la patronal con otra frase lapidaria: Hay que trabajar más. Entre dimes y diretes, interviene de súbito la ex presidenta de Andalucía: El que busca excusas para no negociar, es que no está realmente buscando acuerdos. Olé y olé. Y mientras se tiran los trastos a la cabeza, la cifra de víctimas no para de oscilar.

El señor que saca la basura disfrazado ahora sale con su hijita. Ayer, con la noche cayendo, iban de bulldogs sin pedigrí. Y mientras otros piensan que vamos avocados hacia un capitalismo de estado, Alemania se plantea ir abriendo fronteras a los visitantes del interior del espacio Schengen. Un investigador del CSIC me deja boquiabierta, hocicuda y patitiesa. A la primera cuestión que le plantean, responde ni corto ni perezoso, que le parece todo el ambiente político nacional una auténtica jaula de loros; y que cada vez se siente más enfadado, con el proceder incívico de algunos que otros miembros de la ciudadanía. Manifiesta visiblemente airado, que a él tampoco le agrada nada ponerse la mascarilla pero que se la coloca; porque de momento, es la única manera –conocida- de protegernos y salvaguardarnos del probable contagio, y, por ende, a los demás. «Nos encontramos aún muy alejados de la inmunidad de grupo, tan anhelada», concluye cabizbajo.

Se me cae la cara al suelo cuando veo las largas colas del barrio de Aluche, esperando durante casi dos horas, por una bolsa de comida. Y en la misma ciudad, comparecencia semanal del presidente, para ofrecer una de sus tediosas peroratas con cifras inexpugnables. En plena efervescencia discursiva, me viene a casa un mozalbete mofletudo y risueño, a entregarme una mascarilla obsequio del ilustre ayuntamiento: «para sus mayores». Estuve dudando entre agradecerlo o sacar el pistolón de mi Jordi y apuntarlo entre ceja y ceja, por llamarme vieja. Pude reformular mi primario impulso a tiempo. Con algo de antelación, había realizado una rueda de prensa la presidenta de la Comunidad soltando las perlas a las que nos tiene tan acostumbrados: de «anecdótico» tacha, lo del controvertido apartamentito de dos plantas; ése del que los periodistas en tropel, todavía le siguen inquiriendo, sin obtener respuestas creíbles.

Recordé a mi difunto Jordi con añoranza. Siempre tan elegante y sencillo con su pantalón de pana marrón, su boina calada hasta el entrecejo de una sola pieza y maqueado con el pedazo de tela brillante de rayas zurcido con estas manitas que veis y añadido la altura de la nalga izquierda. ¡Ay! si levantara la cabeza. Mercachifles les llamaría. Eran días de felicidad con poca cosa, ya ves tú.

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