La columna d’Ana Mª Bayot

Cuarenta días

Ana Mª Bayot

Rozando la cifra de cuarenta días y cuarenta noches, amanezco más temprano que de costumbre. Juro que no quería. Si fuera capaz de rezar, lo haría; mas sólo por hacer que cayese sin compasión, un rayo fulminante sobre la cabeza de mis molestos vecinos. Ya está; ya lo he dicho. Y como de repente me he desahogado y me siento pletórica, tras haber realizado también mis cinco flexiones y media diarias, me voy a permitir el lujazo de ofrecer, totalmente gratis, una charla. Todavía no tengo claro sobre qué. Ah, ya sé: sobre la vida misma.

A los de mi generación ya no nos acucia la prisa; pero sí cierto desasosiego por atisbar, aunque sólo sea a duras penas y de lejos, el recodo final de esta cruel vorágine. Lo de la luz al final del túnel, sólo nos vale como eslogan publicitario. Nuestros políticos actuales tienen de buenos negociadores lo que yo de sardinera de Santurce; las segundas, a mi juicio, merecen mayor consideración y un profundo respeto.

Un vociferante de prensa, cuyo medio no pienso citar, se erige en definidor de lo que es para él el populismo como corriente alterna. Y, como si se hallase en lo alto del púlpito, comienza a enumerar sus definitorias características: 1) Busca una solución simple para un problema complejo (¿Simple, sencilla? ¿No será mejor decir, inviable?). 2) Identifica una víctima y va por ella tirándose en barrena, como un ave rapaz (Que puede coincidir casualmente con su opositor político; diana propicia, para tratar de provocar las atroces iras de los ciudadanos contra tal o cual objetivo; elegido previa y cuidadosamente). 3) Profundamente ligado a creencias y aspiraciones autoritarias. (Confío en su fina suspicacia). 4) Suele padecer, sin visos de recuperación, de negacionismo agudo. (Ya saben: eso de que el cambio climático no existe; de que la ecología es un invento para sacar el dinero a los pobres, y de que los demás datos científicos que lo corroboran abrumadoramente, pues tampoco; que es coña). 5) Este punto, es de cosecha propia; y además, me divierte el refrán jocoso que lo define y hace de rima, amén de coletilla. Mi quinto punto es, ni más ni menos, que la escasez de cultura. Lo que un tiempo pasado se denominaba urbanidad. Porque la cultura no es sólo leer, escribir o estudiar; no señor. Trata además, del poder enorme de la comprensión, de la empatía y la reflexión; es el saber que en realidad, estamos comprendiendo en toda su extensión, el contenido y la significación de lo que estamos leyendo, estudiando o reflexionando. Es cruzar los semáforos cuando están en verde y por los lugares habilitados para ello; es ceder o dejar paso a una persona mayor, discapacitada, invidente o simplemente renqueante; es, en suma, saber guardar el turno de palabra y respetar las reglas de proximidad. Aunque ahora no habrá cuidado, supongo. Nobleza obliga. ¿Aprenderemos algo de toda esta barbarie? Confío en que sí.

El resultado de todas estas carencias, como estamos comprobando, es que en los países que dieron prioridad a soluciones técnicas contrastadas (como ocurre con el Informe Técnico emitido por la Unión Europea, que tuve el privilegio de echarle una ojeada), arroja un resultado menor de fallecidos y no pienso citar datos con cifras; pues como ya he dicho en multitud de ocasiones, soy de letras. Y con el lío numeral que se traen los jefes de gabinete, me abstengo de meter la pata. Que la metan ellos. Y por favor, les ruego no le echen la culpa a la globalización; nada tiene que ver en el asunto que nos ocupa. Y además, resulta inevitable.

Aunque las cuestionadas, eludidas y a veces  silenciadas tasas, encierran cifras mucho más amargas: las de la ingente, lamentable y dramática cantidad de fallecidos. Ni aún pasando otros cuarenta años, lo podremos olvidar. Y si no, tiempo al tiempo. Cuarenta días y cuarenta noches suena a cuento. Pero no lo es.

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