La columna d’Ana Mª Bayot

NADA ES GRATIS

Me desperté empapada en un mar negro que supuse tinta de calamar. Lo asocié inmediatamente a la escritura por lo de la tinta, que es mi obsesión, y al mar porque es mi pasión; entre otras, que no pienso revelar. Un individuo de aspecto hosco, patizambo, sumamente desagradable y a quien que el brillo del diente de oro casi me deja ciega, me roza con un dedo peludo en el hombro y me dice: « El artículo, Bayot». Es mi mejor despertador. Soñar con lo que podría ser y no es. ¡Uf, qué alivio cuando vuelvo a la realidad! La mañana de autos que nos ocupa, me llama mi doctor –más bien su lugarteniente bigotuda, la recuerdo bien- con el fin de anular la cita. ¿Qué puedo decir? Me encojo de hombros y sigo con lo mío. Y es que los pobres sanitarios no dan abasto. Menos mal, que los centros de culto se hallan llenos a rebosar…de fotos con las efigies de sus más devotos feligreses. Al menos sus almas tendrán salvación. Volvamos al mundo real de calles desiertas.

Mientras aumenta el número de mascotas abandonadas, el colectivo de veterinarios se siente más dejo a su suerte que los propios animalillos. Exigen mayor protagonismo y trascendencia; y se lo merecen. Duro es cursar una carrera y no obtener su justa compensación. Todavía recuerdo el tarasco que le arreó mi perro al doctor Zivago – así lo llamaba yo, desde que me enamoré de Omar Shariff; y la verdad, es que el parecido era sorprendente- venga, que me disperso. Como os iba diciendo, el mordisco de mi perro Canelo fue memorable pero con cierta justificación: le rozó al can en salvas sean sus partes y éste se defendió. Lo mismito está haciendo la sabia Natura con nosotros ahora. ¿Queréis sol, deseáis playa? Pues ganárosla. Adquirid de nuevo ese derecho, tantas veces y durante tanto tiempo maltratado. Digresiones ecológicas que me dan como el viento del Siroco o más bien de Mistral. Bienvenidas sean si no caen en saco roto. Por la ventana veo cómo mi vecino saca a rastras a su perro que, parece ser, sólo ansía tumbarse. No me extraña; es ya la tercera vez hoy. Pero ahora lo monta en el coche. Supongo que irá a comprar –como suele- a una panadería sita a varios quilómetros de distancia. Le llamo descerebrado desde el balcón, pero no me oye.

Junto a todos estos datos que acabo de facilitarles, cuyo altísimo valor explicativo queda fuera de toda duda, me centraré en el gobierno y sus aledaños barra socios. Sánchez solicita consenso en el Congreso, que es donde se deben pedir esas cosas. Y digo bien. Lo que para ellos son certezas innegables, para otros, horros en sapiencia y deseosos de amalgamar hacia el inminente colapso, arguyen enrevesadas alianzas norcoreanas dignas de James Bond; cuando antaño, ésos mismos les atribuían oscuros convenios populistas con países sudamericanos. Y es que un cargo importante es fácil que atesore conversos fieles a cualquier precio. Otro día, con más tiempo, desgrano lo de los pactos europeos que nos atañen. Mientras acusan al gobierno de falta de transparencia –cuando jamás ha habido tal cúmulo de comparecencias- y sufrimos los demás mortales, un episodio tras otro de hemorragia legislativa, no estamos sabiendo transmitir a la siguiente generación los verdaderos y esenciales pasos para finalmente, propiciar el encuentro sin ambages, de la verdadera felicidad. Y hoy mismo me entero de que en Asia no utilizan papel higiénico. Me pregunto si será por no pagar.

Porque ya sabemos que nada es gratis, amigos.

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