La columna de Ana Mª Bayot

EN SAN JUAN HIZO UN AÑO

Tarareo suave ¿Te acuerdas, Jordi? Cariacontecido, me responde cabeceando. Antaño mi Jordi tenía los brazos desarrollados y bien torneados de tanto dirigir el tráfico; con aquella armonía y elegante prestancia, difícil de olvidar. Como si estuviese bailando una danza mágica y marcial sobre la redondeada tarima. Cuántos platos de sopa de pescado comimos; sorbimos más bien entre risas, recién descargado en la lonja del puerto. Por entonces los dos trabajábamos como diablos y a destajo. Él como guardia urbano y yo en mis legajos. Mi abuelo Juan, un viejo aprendiz de lobo de mar en aquellos días aún vivía; y, aunque ya muy viejito, seguía contándome historias de mareas vivas y muertas a treinta centímetros de mi faz, que lo miraba arrobada. A veces, me dejaba que le acompañase en su barca renqueante y quejumbrosa. Y mientras hacía que faenaba, me narraba con voz ronca leyendas verídicas (o eso afirmaba) de indianos republicanos, acostumbrados al sonido del clic de un gatillo en la nuca cuando la guerra. En ocasiones por cosas de la vida, a Jordi y a mí nos iba regular y en otras, condenadamente mal. Y siempre estuvo ahí el abuelo para echarnos una mano. La noche de San Juan, tenía un significado y embrujo muy especial, para todos nosotros. Siempre la tuvo. Siempre la tendrá.

Prendimos una hoguera bajo la mesa camilla. Le dije a Jordi que no me parecía buena idea y que no se pasara ni un pelo con el combustible. Como un mechero, respondió. Las fogatas estaban prohibidas. Lo mismo le dijeron en pretérito imperfecto los del Consorcio de Bomberos, cuando nos sacaron por el balcón. Tanto sus calzones a rayas verdes como mi refajo blanco inmaculado, se hicieron trending toping en youtube. ¡Qué necesidad había de hogueras en casa, señor! dijo el funcionario un poco áspero, a mi juicio. Por toda respuesta, mi Jordi se encoge de hombros con el gesto sumamente compungido. En los inicios de aquella luminosa primavera a Jordi se le paró el reloj. Me miraba como si lo hiciera a través de un tupido visillo. Mas he de afirmar honradamente, que la generación que merendaba pan, aceite y sal, tenía el suficiente arrojo para soportar, impertérrita, situaciones casi imposibles. La del cacao con avellanas nos andaba rozando los talones. Pero ésa ya no era igual. La mía, la que recitaba a García Lorca a escondidas, la que cantaba canciones protesta sin rechistar: la de Serrat, Ríos, Marimar Bonet, Ovidi, Aute y otros grandes, ya era otra historia. Pero ya me estoy dispersando otra vez. Sentados en el desvencijado sofá prestado, miramos las noticias sin verlas.

El americano de pelo pajizo no quiere dar una imagen de debilidad con la mascarilla, porque no cree en la gripe Blung ésa de los chinos; su colega brasileño, de parecida luminosidad mental, será multado judicialmente si no se la pone. Otro rubiales semejado, que presume de city cosmopolita, califica como espantosas las escenas de playa de las costas británicas. Alemania da un pasito para atrás, florece y disfruta del mundo sin librea, con celebraciones, botellones, barbacoas, bautizos y comuniones. Nuestros bragados polis, ajenos al barullo o no tanto, continúan con su caza en busca de los malhechores: operación antidroga en Huelva, con más de veinte detenidos. Sin olvidar la operación Balmes. Mi Jordi me dice en un ataque de lucidez, que a ver dónde los colocamos a todos. «No van a caber en ninguna cárcel», insiste. Me encojo de hombros y le respondo que cambiar sardina por churrasco, tampoco supondrá un gran trauma para nuestra existencia. Diálogo de besugos parecido al del gobierno y la oposición. Se disparan las ventas de casquería, para compensar tanta espina.

Me pongo una diadema multicolor sobre la testa y me mira Jordi con ojos cruzados. Pienso celebrarlo con la Loli, le digo. La Loli es una vecina trans, que se muestra la mar de contenta y orgullosa con la reacción en cadena de su pueblo: Villanueva de argandas. Lanzándole un guiño, me engancho de su brazo rozándole un pecho. Los balcones solidarios lucen magníficos con tanto colorido, entonando a gritos un canto de libertad.

En un descuido el paciente cero se fuga de Navalmoral de la Mata. Una patrulla montada en camello, va tras él. Bendito país. Y mientras mi cuerpo se retuerce de dolor por haber pisado mal cruzando un semáforo en verde, las autoridades sanitarias dan luz del mismo tono verdoso a la comercialización del medicamento oficioso. A veces la lucidez se me escapa a grandes chorros, como a mi Jordi. No se rían, es verdad. Quien con niños se acuesta…A pesar de que todo parezca gris tirando a negro, el PP logra dar su parabién al decreto del gobierno; aunque recalcando con el morro apretado, que «no lo han hecho nada bien». Hubiera quedado muy feo unirse en estas lides, a la derecha de la derecha. En cambio la OMS nos felicita como país, por haber hecho bien los deberes. En la comunidad de Madrid llueven dimisiones, como en goteros de enfermos. Poco a poco y gota a gota. Uno de ellos alega “razones de salud”; pues claro, señor mío, que de lo mismo hablamos.

Nadia y Angela ahora son superamigas. Fíjate. Y para demostrarlo, Merkel la apoya en su candidatura hacia la presidencia del Eurogrupo. En Sumbilla (Navarra) doce casos positivos se auto confinan; en A Mariña (Lugo) se prohíben las visitas sociales de tías solteronas sin heredad. Harta me tienen con lo de los casos importados, como si hablasen de botellas de güisqui de contrabando. Más me preocupa, que ocho agentes hayan sido escupidos por un infectado; con mala baba y a sabiendas. Todos confinados, ale. Afloran nuevos detalles escabrosos en el caso Godelleta, con un menor de por medio. Los mítines ya no son lo que eran. Ni abrazos a los ancianos, ni besos a los niños, ni pellizquitos a la tía buena. A lo sumo, algún codazo que otro. Mi presi americano favorito, ha sufrido un serio descalabro en algunos estados, durante la campaña recién iniciada. En Kenia no se andan con tonterías; tiran a matar. Como estrella caída del firmamento aparece el ex presidente español prestando su apoyo al candidato gallego; a pesar de que en la comarca fue nombrado con honores, persona non grata. Las grandes marcas mundiales (Facebook, Coca-cola y muchas otras que ahora no recuerdo) se alían para sortear, evitar y censurar anuncios publicitarios de contenido homófobo, racista y sexista de sus escaparates, después de lo de Floyd. «Veremos cómo acaba esto», dijo un ciego rezongón que pasaba por allí.

Miro de reojo a Jordi y veo en su rostro un halo de tristeza, de melancolía, pero no de pena. Siempre estaré a tu lado le digo con mi mirada y él lo entiende. Al oído le susurro que mañana no tenemos plan y que vivir sin planes es cojonudo, ¿no te parece? Me sonríe de nuevo. Y aunque estemos enchironados en nuestras seguras guaridas de beneficencia, tras el voraz incendio, es mejor empapar de agua la pólvora de los rencores. No quiero falsos milagros ni supercherías; sólo quiero estar contigo. Porque no sé si te acuerdas, pero en san Juan hará un año que te dije que te quería, ¿lo recuerdas? De eso sí que se acordaba, porque volvió a sonreírme con timidez y con los ojos brillantes. Me acerco a su oído derecho (por el izquierdo no oye bien) y le canto con mi voz dulce, pero un poco ronca y un tanto desafinada: En san Juan hizo un año, que te quería; más firme estoy ahora, que el primer día.

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