La columna de Ana Mª Bayot

BOND, JAMES BOND

Llaman a mi puerta. La abro emitiendo un leve chirrido. Empequeñezco los ojos para ver mejor. Craso error; todavía veo menos. No llevo las gafas de ver larvas en las plantas. En el marco de la puerta, a contraluz, se recorta una figura alta, ataviada con un esmoquin negro impecable. Bajo la vista y observo que lleva puesta una falda escocesa y calcetines con borlas color caramelo a la altura de las pantorrillas. Elevo la mirada y sobre su cabeza luce un tricornio acharolado, impecablemente encasquetado. De su mano grande nervuda y firme, pende desmayadamente, un cigarrillo encendido del que sale una hilera de humo elevándose hasta el cielo. Soy Bond, James Bond; me suelta, como si nada. Al creerme extremadamente observadora, algo no me cuadra. Cavilo un momento analizando la situación. Ya está. En todo el edificio está prohibido fumar; eso era. Me despierto sumamente agitada y con la respiración entrecortada. Pensé que había sido por la excitación de tener frente a mí, tan cerca, al agente 007; pero no. Siempre que me levanto de un salto, me ocurre lo mismo. Busco el inhalador y aspiro hasta quedar henchida. Tendré que consultar con mi psiquiatra sobre estos sueños tan extraños. Puede, que sea debido a la influencia del Bréxit, de la obsesión rastreadora escocesa o de las dimisiones en cadena, de la cima de la Benemérita. Soy demasiado influenciable, lo confieso. Hinco la rodilla en el suelo por solidarizarme con el movimiento antirracismo americano y de pasada, inclino la cabeza y oro; que nunca está de más, si quiero conseguir alguna influencia en el más allá.

Los malos sueños son normales dado el panorama político tan esperpéntico que nos acomete. Eso me dijo mi guardián de psiques idas, de izquierdas de toda la vida. Me tranquilizó un tanto, por ahora. Lo de quedar con Bond casi todas las madrugadas, ya no le pareció tan normal.

Hoy comienza la campaña “Sé prudente”. Me imagino que va dirigida a los políticos; Máxime, después de la esperpéntica y nefasta imagen que ofrecen sus señorías, ante la opinión pública. Como ejemplo no tienen parangón. Después leí y leí la prensa hasta que se me durmió una pierna. Me sorprende mi Jordi, flagelándome salvajemente el miembro inferior izquierdo. No tengo explicación plausible ni convincente que ofrecerle al respecto. Quiero casarme, Jordi -le digo, de repente-. Pone los ojos en blanco y me salta con la perorata de siempre: piénsatelo, chati ¿Tú te ves en un banquete con límite de aforo de invitados; geles higiénicos por doquier; toallas de papel, alfombras desinfectantes y guantes y mascarillas para todo bicho viviente? ¿Eh, te imaginas? me increpa con ojos de buey desollado. Bajo la cabeza y digo: visto así… Pero cariño -continúo yo en mis trece- el aforo da igual; tenemos una lista de invitados de seis personas, y en cuanto a los guantes y lo demás, el gobierno está facilitando las cosas… A lo que me responde con una palabrota seca, contundente y originaria del sureste de Valencia. No me atrevo a repetirla. La congoja se me sube hasta la nuez.

Mientras en el país ondean las banderas a media asta, Teruel existe de veras visto el trasiego en su aeropuerto. Me barruntaba desde un principio, que mis pesadillas nocturnas tenían algo que ver con la realidad. Errores, imprecisiones, manipulaciones, complots… ¿Qué pasa en la cúpula de la Guardia civil? La derecha de la derecha se alía como suele y acusan al Ministro de injerencias en la cúspide de la Institución. Alguna vez se sabrá. Mientras tanto, el pueblo raso anda preocupado por sus vacaciones, disparándose las ventas de auto-caravanas y plazas de acampada. Asistimos desde la grada, a un nuevo brote desaforado de tuits de Trump, en primera línea de pantalla, esta vez arremetiendo contra Twitter; su antaño amiguito del alma. Del bullir de ánimos, surgen incendios en el interior de los coches si se deja al sol el gel higiénico. Y para calentamiento, el de los trabajadores de Alcoa y Nissan, que ven cómo se tambalean sus puestos de trabajo a pesar de ser una muerte anunciada. Empiezan a producirse nuevos rebrotes, por la acumulación de personas. Bajo la cabeza y oro de nuevo. Empero en Barcelona y Madrid, solicitan alivio y ampliación a tanta presión. Que si sí, que si no.

Me quedo más lela que de ordinario, cuando veo el rescate in extremis de un anciano atrapado en un incendio de un edificio en París y los cuatro jóvenes rescatadores, son aplaudidos con fervor entusiasta y popular. Más hacia el sur, son detenidos otros cuatro jóvenes, esta vez hispánicos, por simulación de secuestro y extorsión. Aprovecharon la coyuntura de hospitalización, por Covid-19, de un conocido –desde luego amigo, no- para exigir un rescate de 1.500 euros. Lo que más me duele de todo este entuerto cuatrero, es que se nos acabó el boca a boca de los salvavidas macizos. Ni en playas, ni en secanos. El único cuerpo a cuerpo que se mantiene activo, es el del gobierno versus oposición. Todavía me asombran cosas: En un bar de Lugo posan maniquíes de diseño con mascarilla y guardando la distancia de seguridad. Eso sí, publicitando los modelitos de la hija del dueño. Bendita iluminaria mental negociante. Y como soy de cimientos construidos en el romanticismo, ante tanto descalabro, concluyo que… siempre nos quedará París… y la poesía.

Se me rompen todos los esquemas, al descubrir al nuevo bandolero de los caminos: El Rambo de Requena, lo denominan los medios. Alto, moreno, delgado, armado y peligroso; es todo lo que se sabe. Sin antecedentes penales. Se conoce también por testigos presenciales, que sustrajo el coche patrulla a los agentes a punta de pistola cargada con balas de fogueo. Ante tanta inseguridad, me regocija en grado sumo que en Pamplona se mantenga la tradición del Almorzarico. Qué bien. En cambio, se me alteran los nervios, cuando veo los violentos disturbios por toda la América Trumpiana. Y todo provocado por la sospechosa chispa de siempre: la potente rodilla de un lacayo uniformado hincada en el cuello de un negro, sin dejarle respirar, hasta alcanzar la muerte.

Con una tarjeta de crédito caducada desde hace tiempo, subrayo todo aquello que me parece digno de mención. Bueno, a lo que iba.  Socializar está bien, pero tanto…Que si un cumple en Córdoba para el príncipe, no puede hacernos ningún daño –sólo unos cuantos contagiados; Que si otro aniversario multitudinario en Badajoz –otro tanto de lo mismo; Que si un ciudadano equis toma un vuelo sabiendo que está contagiado y la totalidad del pasaje es obligada a guardar cuarentena -total, todos-…Eso sí: las autoridades se plantean sancionar de forma ejemplarizante. Mientras se cierne sobre nuestras cabezas la oscura sombra de incipientes rebrotes. Emito un sonoro suspiro, interrumpiendo el plácido ronquido de mi Jordi. Se me queda mirando con una sonrisa de conejo que perturba, más bien poco, sus avejentados músculos faciales. Lo miro entornando los ojos y deseando que llegue la noche, con la secreta finalidad de descubrir nuevos juegos lujuriosos junto a Bond, James Bond.

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